Habiendo celebrado con alegría el hermoso día de Navidad, la Iglesia nos propone la mirada más reflexiva en torno a los protagonistas de ese momento: Jesús, José y María. Los conocemos por la Sagrada Familia y lo son. Pero quizás el título haya hecho que perdamos de perspectiva que esa familia tuvo las alegría y dificultades de cualquier familia porque eran pobres y había que sacar adelante este proyecto. José era el proveedor y por tanto tuvo días arduos con éxitos y fracasos como cualquier obrero de su tiempo. María tuvo que asumir las responsabilidades de la mujer del momento: asumir los quehaceres del hogar. Y pasó trabajo como cualquier mujer, y tuvo alegría y sufrimientos como cualquier madre del momento. El evangelio de hoy es una muestra pero tendría otros muchos que tuvo que superar junto a su esposo e hijo.
Es por eso que esta fiesta dominical en torno a la familia de Nazaret es un buen momento para repasar el proyecto familiar más cercano, el de cada quien y “verificar” cómo anda el camino de la familia, de modo que se pueda volver a mirar con detenimiento y entusiasmo a estos hermanos nuestros que vivieron el proyecto familiar contando siempre con la presencia de Dios.
La Primera Lectura nos presenta una escena realmente enternecedora. Una madre, Ana, quien suplicó al Señor que levantara de ella la miseria de no ser madre, teniendo en cuenta que la maternidad era un proyecto fundamental para una casada y no se veía con buenos ojos la ausencia de hijos en Israel, esta le devuelve al Señor el regalo que tanto pidió: su hijo. El desprendimiento de la madre es especialmente un signo maravilloso del amor que habitaba en su corazón: el Señor me lo dio y yo se lo ofrezco. Por otro lado es un signo de la valoración de la maternidad: suplicó con lágrimas para que el Señor le diese el don de ser madre. Una gran enseñanza para nuestros tiempos en que se menosprecia la maternidad y se opta por el disfrute sin responsabilidades.
El Salmo 127 es un mirar idílico lleno de encanto y sencillez en el que se muestra la felicidad, que es la propuesta de Dios para la familia. Aquí el pensamiento bíblico nos recuerda que la felicidad es la opción adecuada y que construyendo con justicia lograremos ser felices, que no implica que no existan problemas sino que se reconoce que lo que se realiza cada día se hace respondiendo con justicia a la construcción de la familia, y eso provoca felicidad.
La Segunda Lectura es una hermosa propuesta de lo que debe ser el camino de cualquier comunidad cristiana. Recoge múltiples virtudes pero todas ellas pueden resumirse en un mismo término: el amor. Este amor que es el fundamento de la comunidad lleva a la corrección fraterna y a la enseñanza. Una enseñanza que será fortalecida por la vivencia de la liturgia. Y al final recoge lo que es el uso y costumbre de la sociedad, proveniente de la influencia recibida de la sociedad helenista: el sometimiento de la mujer al hombre, al igual que los hijos pero con el llamado a tratarlos con respeto y amor.
El Evangelio nos lleva por el camino del testimonio y de la fidelidad de la familia de Nazaret en cumplir con su fe. Era una de las fiestas en las que había que ir peregrinando a Jerusalén y allí están como parte de la comunidad judía. Y allí Jesús inicia la toma de sus propias decisiones y se lanza a asumir lo que él llama “la voluntad de mi Padre”. Son palabras desconcertantes para José y María que estaban angustiados ante la pérdida de Jesús. Por eso María guardó en su corazón este momento. Es desde esta expresión que Jesús comenzó a “informarles” que su vida era una propuesta que superaría las expectativas que ellos tenían; que traería como respuesta un camino diferente, quizás no imaginado por estos padres. Pero Jesús siguió allí, creciendo junto a ellos; crecimiento que redundaría en un gran proyecto de amor para nosotros.
Hoy se nos propone, ante estos momentos difíciles, dar una respuesta de fidelidad a la comunidad familiar, puesto que en ella radica la posibilidad de nuevos y mejores ciudadanos. Como dice el Papa Francisco: “Cuando vivimos bien en familia, los egoísmos quedan chiquitos: es precisamente en casa, donde aprendemos la solidaridad, donde aprendemos a no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y a agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para salir adelante”. Encuentro del Papa con las Familias en Santiago de Cuba.