En la presencia del Señor, en su santuario, hay esplendor, poder y hermosura. Así  reza la antífona de entrada de este tercer domingo durante el año. La localidad en la que se nos ha puesto, cual cumplimiento apocalíptico, es en nada menos que frente al trono de Dios. Por su parte, las lecturas (Jon 3, 1-5.10; 1Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20) nos colocan en lugares menos celestiales y más terrenales.

Un lugar: Es en Nínive, “una gran ciudad” como dice el autor sagrado, donde le ha tocado a Jonás anunciar la noticia más terrible posible: la destrucción. Pareciera que las catástrofes son inherentes a la vocación profética. Recordemos a Isaías cuando recibió el oráculo de la destrucción de Babilonia (cfr Is. 21); a Jeremías previendo la destrucción a fuego de Jerusalén (cfr. Jer 21), cuya referencia no es solo una pieza artística de Rembrant, sino historia real y verídica del profeta amante de Judá; o al profeta Daniel hablando de cataclismos y desastres para el templo de Jerusalén (cfr Dn 9).

El Evangelio nos lleva a las hermosas orillas del lago de Galilea. Allí es el mismo Cristo el que predica inminencia en el tiempo; el que llama a la conversión y a creer en la buena noticia. ¡Qué abismo de diferencia entre las calamidades proféticas y la buena nueva evangélica de Cristo el Señor! ¡Qué sutileza la del maestro en la invitación a las dos parejas de hermanos! Se concretan las palabras del salmo cuyo autor se asombra de la ternura eterna del Señor. El anuncio de la real y concreta destrucción profética, en la primera lectura, se contrapone maravillosamente al lenguaje simbólico de pescar hombres echando redes que, al final, ni se tienen porque esas redes materiales han sido abandonadas.

Una razón: El mundo que vemos es pasajero; eso le está enseñando el apóstol a los ciudadanos de la otra gran ciudad llamada Corinto en la lectura epistolar. No es de indiferencia, desinterés o evasión de responsabilidades de lo que habla Pablo es de autenticidad y con el agravante de que el momento es apremiante. La razón para justificar un cambio interior de vida no será una nueva sentencia profética; será una invitación. No será una respuesta al temor, será la apertura a una experiencia de amor.

Una misión: La encomienda del profeta fue el anuncio amenazante en una ciudad destacada por toda clase de perversidades pero en la que el mismo Dios mira más allá de sus maldades y valora, más bien, sus acciones encaminadas a la conversión. La del apóstol ha sido tejer esas retantes palabras para el cristiano habitante de Corinto: “vivan como si”. Y en Galilea, la del Nazareno, ha sido iniciar a recorrer anunciando el Reino de Dios.

Para nosotros la misión continúa siendo percatarse y anunciar que el poder de Dios se manifiesta en su capacidad de obrar perdón sin medida. Continúa siendo pregonar con el salmista que el Señor muestra su camino de salvación a los pecadores. Continúa siendo el vivir en este mundo que termina preparándonos para el que no se acaba; y, continúa siendo, la disposición personal a dar una respuesta afirmativa, presurosa y desprendida al Señor que otra vez pasa por nuestro lado y vuelve a decirnos “Vengan conmigo”. Nuestra misión no será en Nínive, no será en Corinto, tampoco en Galilea; será en cada lugar donde vivimos, donde trabajamos, donde nos movemos.

(P. Ovidio Pérez Pérez)

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  1. Excelente análisis, eso es escudriñar las escrituras! Como siempre, el autor con esa capacidad maravillosa de acercarte a la voz del Señor y sus enseñanzas. Gracias Padre Ovidio!

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