Domingo VIII de Pascua: Pentecostés – Ciclo B
Contexto
Llegamos al fin del tiempo pascual. Han sido 50 días de gran bendición, gozo, gracia, testimonio, vida nueva, etc. La Cuaresma es símbolo de nuestra imperfección (seis semanas), por eso la necesidad de conversión. La Pascua es símbolo de la perfección (siete semanas), más aún, de abundancia (siete por siete más uno, cincuenta días). Es el día en que la abundancia de la Redención se derrama sobre el mundo con la efusión del Espíritu Santo.
Pentecostés era la fiesta judía de la cosecha o primeros frutos (fiesta de las semanas). Los Apóstoles hacen su primera cosecha después de su primera predicación: 3,000 conversos. Los judíos añadieron a esta fiesta, el recuerdo de la entrega de la Ley a Moisés en el Sinaí. Para nosotros es el día de la gran manifestación del Espíritu, que empuja a la Iglesia nacida del costado de Cristo crucificado y resucitado, para que comience a caminar hasta los confines del mundo anunciando el Evangelio, como mandó Jesús, con una nueva ley: la ley del amor, sobre la cual escuchamos el domingo antepasado.
Así como el primer Pentecostés fue un día rico en manifestación del Espíritu, así es rica la liturgia de este día. Hay una misa de la vigilia con sus oraciones y lecturas propias (que pueden ser hasta cinco con su salmo y oración, como la vigilia pascual). La misa del día cuenta siempre con la narración de Pentecostés como primera lectura (Hch 1,1-11), dos opciones de segunda lectura (1Cor 12,3b-7.12-13 o Gal 5,16-25), dos para el evangelio (Jn 20,19-23 o 15,26-27;16,12-15) y una de las pocas secuencias (Veni sancte Spiritus) que se han conservado después de la reforma litúrgica, para resaltar algunas de las fiestas más importantes del año litúrgico.
Reflexionemos
La rica mesa de la Palabra de Dios para este día, nos proporciona una variada enseñanza sobre la acción del Espíritu en la Iglesia, no solo para los primeros discípulos, sino también para nosotros. De hecho, en la oración colecta del día pedimos los dones del Espíritu para renovar en los fieles las maravillas obradas en los comienzos de la predicación evangélica.
Los pasajes de las cartas paulinas enseñan cómo el Espíritu edifica la Iglesia en la unidad y la diversidad de dones y carismas, que regala a sus miembros; así como la diferencia entre los caminos de la carne y del Espíritu.
Las perícopas evangélicas permiten volver al domingo de resurrección, para oír cómo Jesús alienta el Espíritu Santo sobre sus Apóstoles y les da la gran misión de predicar la Buena Nueva, sobre todo del perdón o volver a la Última Cena para escuchar el anuncio un nuevo Defensor que llevará adelante la misión de Jesús, que de hecho comienza hoy, con el viento de Pentecostés.
A modo de conclusión
Todos nosotros hemos recibido el Espíritu Santo. ¿Sembramos y cosechamos algo en nuestro compromiso evangelizador? ¿Colaboramos con la edificación de la Iglesia en la unidad ayudada por la diversidad de nuestros dones y carismas?¿Contamos con el Espíritu Santo para santificarnos por medio de los sacramentos, la Palabra y las obras de caridad?
Pentecostés es un nuevo comienzo. ¿Vivimos de verdad esta fiesta como un nuevo inicio? Mañana se reanuda el tiempo durante el año, pero no puede ser lo mismo que antes de Cuaresma. El Espíritu que hemos recibido da testimonio de Jesús y nos ayuda a nosotros a darlo (cf. Jn 15, 26s), convence al mundo en lo referente al pecado, la justicia y el juicio (cf. Jn 16,8); nos guía hasta la verdad completa, pues habla de lo que Jesús enseñó y nos recuerda todo lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,26;16,13-15).
La Iglesia vive conducida por el Paráclito desde el primer Pentecostés. El tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu. ¿Lo es para usted?
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes