Después de grandes fiestas que nos han llevado por la reflexión de los grandes misterios del amor de Dios, coronamos todos ellas viviendo este momento de mirada a lo que es el regalo hermoso que Jesús nos da; que se parte y se comparte; que busca habitar en nuestro cuerpo: Jesús se hace comida y se nos brinda para nutrir el camino que Él mismo nos propone. No puede amarnos más: nos da a conocer su camino y nos ofrece el alimento para que lo podamos caminar.
Celebrar la Fiesta de Corpus Christi, como se le conoce, implicará para todo creyente acercarse a la misma para hacer de ella un momento de mirada reflexiva al misterio de amor más radical que haya existido: Dios que se acerca al ser humano; tan y tan cerca que se deja comer.
La Primera Lectura de esta fiesta nos lleva a recordar lo que implicaba la Alianza para el Pueblo de Israel. Una alianza que se “materializa” en los mandamientos, y que hoy celebra Moisés en un acto sagrado invitando al Pueblo para reafirmar esta Alianza. El Dios de Israel ha hablado y su palabra es anunciada y ratificada con la sangre ofrecida -hay que recordar que la sangre es signo de vida-, por eso es asperjada sobre el pueblo que tiene que ser pueblo que alcanzará la vida plena en la medida que no se aparte de Dios.
El Salmo 115 es convocatoria a invocar la bondad de Dios; su gran misericordia, su gran bondad para con su pueblo. El Señor, que rompe las cadenas de la esclavitud, como se reconoce en el salmo, invita a la alabanza y a la celebración.
La Segunda Lectura compara los conceptos de purificación que se dan en el entorno judío y los compara con los que Jesús instaura: es la sangre del nuevo Coardero; es su muerte un acto de entrega por amor que logra la vida para todo el género humano. El apóstol anuncia el acto de redención que se da por la entrega de Jesucristo y que logra para todos los creyentes una nueva propuesta: vida eterna.
El Evangelio nos conduce nuevamente a la Cena Pascual, ya habíamos contemplando esta escena en la Semana Santa. En esta escena, la centralidad del mensaje va a recaer en el Nuevo Cordero que va a quitar, con su entrega generosa y desprendida, la posibilidad que el pecado pueda dirigir nuestras vidas. Él, con su entrega, va a disponer que todos tengamos acceso al Reino de Dios. Por eso la invitación a beber y comer tiene un llamado trascendental en la vida de los que participan de la Cena del Señor.
Como insistíamos al inicio del escrito, este día nos lleva a una mirada profunda y a la valorización de lo que es realmente la Eucaristía para todos, pero sobre todo para aquellos que cada domingo nos reunimos para celebrarla. Tendríamos que preguntarnos: ¿es realmente una celebración para la vida de cada uno de nosotros?; ¿nos tomamos en serio la invitación a comer el cuerpo del Señor y a veces no nos preparamos para ello, o lo que es peor, no lo tomamos en cuenta? La realidad de este regalo es saber cuánto significa para nosotros. Nadie puede amar lo que no comprende, por ello tenemos que procurar conocer cabalmente lo que es la donación más importante para todo cristiano.
Por ello hay que crecer y madurar cada día más; hemos de adentrarnos con mayor detenimiento en este conocer acerca de “el gran banquete que nos da la vida”.