Cuan constantemente los seres humanos hacemos proyectos, soñamos con ellos, nos preocupamos por las posiciones y los escalafones que vamos a subir, pero sin apenas darnos cuenta no se nos ocurre pensar: ¿el proyecto de Dios para mi vida será el que sueño o me está presentando otro y no lo veo o, lo que es peor, no lo quiero ver? Demasiadas veces prescindimos del querer de Dios y organizamos nuestro proyecto de vida sin pensar siquiera qué juega en eso Dios, cuánto nos hemos dejado guiar por la presencia del Dios de la vida. Seguirlo tendrá sus dificultades, propias de un gran proyecto, pero eso es parte del camino propuesto.

Hoy la palabra nos hace mirar a los discípulos en ese juego y Jesús les recuerda, con la figura de un niño, cuánta sencillez hemos de tener a la hora de proyectar nuestra vida: en definitiva, las altas posiciones se han de dar en el marco del servicio y la entrega.

La Primera Lectura nos presenta la actitud de aquellos que se molestan por la acción consecuente de quienes trabajan por la justicia, son honestos, dicen la verdad, pero molestan a los ya consabidos personajes que se ven al descubierto: “se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”. Esta miseria busca callar al honesto y por eso se muestran deseosos de acorralarlo y ponerlo a prueba: “para comprobar su moderación y apreciar su paciencia”.

El Salmo consiste en una breve oración; es una súplica para pedir la protección divina en medio de la opresión. La petición está acompañada de una profesión de fe y de confianza en el Señor, que es el “sostén” y el defensor de sus fieles. El salmista concluye con la promesa de ofrecer un sacrificio de acción de gracias y de testimoniar públicamente la bondad del Señor.

La Segunda Lectura nos invita a pedir “la sabiduría que viene de arriba”, la que logra romper con las rivalidades, la que propicia un orden justo. Recordaba al escuchar esta lectura lo que en su momento dijo el Beato Pablo VI: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. Y es, en definitiva, a la conclusión que nos lleva el apóstol. Por eso procuremos sanar las pasiones que provocan divisiones y miserias y dejémonos llenar por la sabiduría divina que “es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera”.

El Evangelio nos lleva por un relato en el que los discípulos son instruidos por Jesús; se les continúa formando en torno a cómo van a darse los acontecimientos que dirigirán el proyecto del Reino que Jesús ha venido a instaurar. Nos dice el evangelista que los hechos no eran entendidos pero nadie se lanzaba a preguntar. Nunca sabremos si era que no querían enterarse. En cambio discutían por quienes iban a tener las posiciones de poder: alguien tienen que mandar.

Y Jesús aprovecha la coyuntura y utiliza la figura de un niño, figura desprovista de derecho en medio de la sociedad judía, y les invita a servir precisamente a los más desfavorecidos. Cuando Jesús abraza al niño, está abrazando a los más desprovistos y estos deben ser los preferidos de la Iglesia, de los cristianos.

Está claro el llamado para todos. Somos hoy convocados a servir: a eso hemos sido llamados. Pero se nos ha ocurrido en ese servicio, servirnos un poco y entrarnos en el mundo de las posiciones, de los reconocimientos, de las condecoraciones, olvidando que esa no fue la propuesta que Jesús ofreció a los discípulos: todo lo contrario. Fue un darnos a los desposeídos, a los que no pueden devolver lo que se les ofrece, sea lo que sea.

Retomemos este llamado tan necesario en nuestros tiempos y procuremos no caer ante la tentación del esfuerzo y el sacrificio remunerado o condecorado, sino que vayamos al servicio con la sola intención de responder al llamado que nos hizo Jesús en el Evangelio.

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