Una celebración cuyo Evangelio (Lc 1, 57-ss) narra una polémica por la imposición de un nombre desatada por la consideración de las opiniones no requeridas de vecinos y familiares resulta muy interesante para quienes buscan estar al tanto de los últimos acontecimientos del barrio. Sin embargo, más allá de esta perspectiva tan humana, esta celebración lanza a una confrontación con la figura del Bautista. En la liturgia de la palabra, el profeta Isaías (Is 49, 1-6) narra una llamada desde el vientre materno. Esta noción se repite en la Sagrada Escritura; por ejemplo, con la figura de Sansón narrada por el libro de los Jueces (Jue 13), cuando leemos la vocación de Jeremías (Jer 1), cuando David lo insiste en los salmos -tanto en el 22 como en el de esta celebración (Sal 138)- y hasta cuando Pablo lo señala de sí mismo (Gal 1, 15). Así, aunque el texto de Isaías no está narrando la llamada de Juan muy bien puede sugerir su persona. Y esta que se convierte en luz para que todas las naciones conozcan al Salvador. Juan es antorcha de luz cuando señala al Cordero inmaculado que borrará toda culpa y de quien indicará que no merece ni siquiera desatarle las sandalias, como lo recuerda la segunda lectura (Hch 13, 22-26).

La confrontación sugerida previamente está indicada en todas las oraciones de esta celebración. Veo en ellas un paralelismo entre las acciones que en el pasado hizo Juan y las acciones que hoy debe realizar la Iglesia. En la oración colecta se presenta al Juan que preparó un pueblo bien dispuesto para el Señor y, a su vez, a una Iglesia que debe caminar por los senderos de la salvación y de la paz. La oración sobre las ofrendas presenta al Juan que señaló la presencia del Salvador y sugiere una Iglesia que ha de celebrar dignamente los misterios salvadores. Por su parte el prefacio, propio de esta celebración, presenta varios paralelismos muy sugestivos: antes de nacer, Juan, saltó de alegría, hoy la Iglesia alaba y da gracias. La referencia bautismal está presente cuando se muestra al Juan que bautizó y a una Iglesia que es santificada por el agua viva; se considera, además, al Juan que testimonió derramando su sangre a la vez que se sugiere que la Iglesia canta la gloria inacabable de Cristo explotando de regocijo en la confesión del Tres Veces Santo. Así también la oración postcomunión presenta al Juan que anunció al autor de la salvación y a una Iglesia que debe reconocer ese salvador en el banquete del Cordero celestial.

Si nuestro pueblo celebra hoy tan excelso patrón, lo ha de hacer pendiente a la conmemoración de todas estas gestas maravillosas del Bautista y más allá de ellas, también, pendiente a estas tareas a las que la Iglesia local puertorriqueña queda comprometida. Caminar por senderos de paz y de justicia no será una realidad si en cada rincón de nuestra isla no hay cristianos capaces de construir sus vidas con la verdad, la solidaridad y la rectitud en el obrar. Celebrar dignamente tan magnífico patrón será una transparencia de la honestidad y de la santidad cuando cada puertorriqueño aprenda a dejar a un lado los excesos extremistas que pretenden hacer de la verdad no una realidad objetiva, sino la manipulación de unas opiniones subjetivas que responden a los intereses de unos pocos. Alabar y dar gracias será una verdad cuando la isla del cordero haga de su proceder noble eucaristía. Ha de ser la dignidad de bautizados la que en todos los habitantes de nuestra isla recuerde que nos conducimos como meta a la casa del Padre. Celebrar dignamente el patrón es regocijarse y exclamar con valentía saliendo del mutismo al que cada vez más se empuja la vida cristiana; es a fin de cuentas reconocer y participar del banquete del Cordero señalado, apuntado y testimoniado por aquel que lleva el nombre de Juan: Ioannes est nomen eius. 

P. Ovidio Pérez Pérez

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