Domingo XIII del tiempo durante el año – ciclo B
Contexto
Hace más de 50 años el Concilio Vaticano II, en una de sus constituciones, se refería a las preguntas más fundamentales del ser humano: “¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte…? […] ¿Qué hay después de esta vida temporal?” (GS10).
Este domingo, la Palabra de Dios (Sab 1,13-15;2,23-25; Mc 5,21-43) refleja la antigüedad de esos cuestionamientos, que hoy, en pleno siglo XXI, en esta época posmoderna, hombres y mujeres consciente o inconscientemente siguen haciéndose.
Por otro lado, las injusticias que hay en la humanidad, obligan a hacernos otras preguntas, a las que los cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesús, hemos tratado de responder, a lo largo de la historia, tal como vemos en la segunda lectura (cf.2Cor 8,7-9.13-15).
Reflexionemos
Las lecturas de hoy responden a algunas de aquellas preguntas. Dice el libro de la Sabiduría que Dios no hizo la muerte, ni se recrea en el sufrimiento de los seres humanos, pues es el Dios de la vida. La muerte es fruto de la envidia de Satanás. Jesús afirmará también que Dios es Dios de vivos (cf. Mt 22,32 y par.). Jesús, en la perícopa evangélica de hoy, se muestra precisamente así, Dios de la vida, que sana y resucita.
En esta sociedad global donde recientemente otros dos parlamentos se han unido al coro de la muerte despenalizando el aborto, por tanto favoreciéndolo; en la que algunos se plantean la eutanasia como una “opción médica” (¿dónde quedó el juramento de Hipócrates?), resuena la voz de Dios y de Jesús, su Enviado, que nos recuerda que Él no hizo la muerte, que es Dios de vivos, de la vida y que da vida. Si toda religión pretende establecer o restablecer una relación con Dios, ser religioso supone ser respetuoso y defensor de la vida, pues esta es parte de la identidad misma de Dios. Nosotros los discípulos del Resucitado debemos tener eso claro.
En esta sociedad en la que se ha revalorado la ecología y se defienden especies vegetales y animales de su extinción, ¿cómo se puede transgredir impunemente la vida humana a través del aborto, la eutanasia y otros medios? Por eso el Papa Francisco aboga por una ecología integral (cf. Laudato Si’, cap. IV), que no solo se preocupe de algunos seres de la creación, sino de todos, por supuesto incluyendo el ser humano.
A veces la muerte, la enfermedad, etc. son efectos de la injusta distribución de los bienes materiales y económicos. Por ello la defensa de la vida, desde el punto de vida cristiano, no significa solo permitir vivir, sino proveer a todo ser humano lo necesario para una vida digna: salud y medios para tenerla, equidad económica, hogar, educación, etc. La defensa de la vida incluye también la justicia y el bien común, no importa en qué tipo de sistema económico o político vivamos. En la segunda lectura oímos cómo S. Pablo exhortaba a los corintios a compartir generosamente sus bienes con los necesitados.
Teniendo esto en mente podemos encontrar un sentido más abarcador a la oración colecta de este domingo en la que pedimos al Padre que, ya que nos ha hecho hijos de la luz, nos proteja de caer en las tinieblas del error y conceda permanecer el esplendor de la verdad. ¿Qué mejor manera de hacer esto que defendiendo la vida?
A modo de conclusión
En la oración de poscomunión este domingo pedimos dar frutos que permanezcan. ¿Qué frutos? De entre los muchos que podemos dar, hoy, sin duda, podemos pedir al Señor que sean frutos de vida y justicia que brillen en medio de este mundo donde parece que las tinieblas de la muerte y la injusticia quieren dominar. Esto queda en manos nuestras si de verdad queremos ser hijos de la luz.
(Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes)