Domingo XI del tiempo durante el año – ciclo B
Contexto
Esa frase de la gran maestra espiritual, Sta. Teresa de Jesús, nos puede servir de guía para nuestra reflexión de este domingo. La Palabra de Dios desde la semana pasada nos invita a vivir esta virtud fundamental en la vida espiritual. El domingo pasado veíamos que la soberbia hizo al ser humano apartarse de Dios (cf. Gen 3, 9-15) y no dejaba que algunos aceptaran el mensaje de Jesús (cf. Mc 3, 20-35). Hoy la lectura profética (cf. Ez 17, 22-24) y la evangélica (cf. Mc 4, 26-34) nos dejan ver que el Señor quiso que, tanto Israel como su Reino celestial, fueran el fruto de un inicio muy pequeño o sencillo.
Las enseñanzas paulinas de la 2 Cor tanto el domingo pasado como este (cf. 4, 13-5, 1 y 5, 6-10), aunque no relacionadas directamente con las primeras lecturas y los pasajes evangélicos, se pueden entender mejor desde la humildad.
Reflexionemos
Un tema fundamental en la predicación de Jesús es el Reino de Dios. El Señor se vale de varios símbolos y parábolas para transmitir esa enseñanza. Algunas de las comparaciones más gráficas son las tomadas del mundo vegetal. El Reino de los Cielos es como una pequeña planta o una semilla. Por un lado es don de Dios, su crecimiento es misterioso (teniendo en cuenta que en ese momento no se tenían los conocimientos científicos de hoy), pero también requiere algo de nosotros: paciencia, atención y cuidado de la semilla o planta.
Cuando
escuchamos estas enseñanzas de Jesús no podemos dejar de sorprendernos. Si Ud. o yo hubiéramos tenido que explicarle a otro qué es el Reino de Dios, ¿qué imágenes hubiéramos usado? ¿Las mismas de Jesús u otras más espectaculares?
Con todo, Jesús no hace una ruptura con el Antiguo Testamento, pues la primera lectura es un ejemplo de que ya Dios, al fundar su pueblo desde Abrahán, con Moisés o después del fin del exilio que anuncian algunos profetas usa también personas, gestos, actos o imágenes humildes.
En fin, el Reino de Dios crece desde la humildad y en humildad. Incluso en el momento definitivo de nuestra vida no podremos llegar a ese Reino sino en humildad, pues cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo (cf. 2 Cor 5, 10) al final de nuestra vida, solo podremos entrar en el Reino glorioso de Dios revestidos de ella (cf. Col 3, 12).
Recordemos que Jesús también nos dice que el Reino de Dios está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21). Por tanto ni Israel ni la Iglesia, como anticipos del Reino de los Cielos, ni el Reino que está dentro de nosotros, pueden desarrollarse sin humildad.
El Papa Francisco nos ha recordado recientemente en su exhortación Gaudete et Exsultate que la humildad es fundamental para la santidad (cf. nn. 49-51.118).
Si queremos construir, recibir y llegar al Reino de Dios, que es justicia y paz y gozo en el Espíritu (cf. Rm 14,17), debemos andar en verdad y por ello en humildad. Este Reino glorioso, curiosamente, crece con la sencillez de una semilla, por tanto no se edifica ni se recibe con soberbia ni orgullo, ni vanidad.
A modo de conclusión
¿Estaremos edificando bien el Reino de Dios? ¿Lo estaremos dejando crecer adecuadamente en nosotros?
No solo Sta. Teresa de Jesús, sino todos los maestros de la vida espiritual, nos enseñan la importancia de la humildad. No podía ser de otra manera, pues el Maestro nos lo enseñó (cf. Mt 11, 29).
Tal vez nos ayudaría a rezar las letanías de la humildad, las cuales terminan diciendo: “Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la Tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el Cielo”. Amén.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes