Domingo II de Cuaresma, Ciclo B

Contexto 

Seguimos nuestro recorrido por la historia de la salvación que culminará con la Pascua, hacia la cual nos conduce la Cuaresma.

El libro del Génesis nos presenta a Abrahán como modelo de fe y padre de los creyentes que supera las pruebas y sale victorioso, incluso cuando se le pide el don de lo que más quería y anhelaba, su hijo (cf. 22, 1-2. 9-13. 15-18).

Luego el Apóstol Pablo nos asegura que el sacrificio y la resurrección de Jesucristo son la prueba de que el Padre está con nosotros (cf. Rom 8, 31b-34).

Finalmente vemos, como siempre en el segundo domingo de Cuaresma, un relato de la transfiguración (cf. Mc 9, 2-10), experiencia única que ayuda a Pedro, Santiago y Juan a superar la conmoción que causó en ellos el anuncio de la Pasión y de que los discípulos deben asumir la cruz (cf. Mc 8,31s.34).

Reflexionemos

La reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II, que pidió enriquecer la mesa de la Palabra de Dios (cf. SC 35,1), ofrece en los tiempos fuertes una especial composición de la liturgia de la Palabra que nos permite ver y revivir la historia de la salvación más de cerca.

En este ciclo B la primera lectura nos anima a recorrer el camino de las alianzas que Dios hace con su pueblo, desde la pactada con Noé hasta culminar en la nueva y eterna alianza sellada con la sangre de Cristo, lo cual celebraremos en Pascua, y lo hacemos cada vez que realizamos la Eucaristía. La segunda lectura nos ayudan a entender el misterio pascual y su “re-presentación” (volver a hacer presente) en los sacramentos, particularmente los de Iniciación. Los pasajes del Evangelio, después de la tradicional presentación de las tentaciones en el desierto (primer domingo) y la transfiguración (segundo domingo), nos irá introduciendo en el misterio de la pasión y glorificación de Jesús por medio del Evangelio de Juan. En fin, una catequesis riquísima que parte del manantial de la Palabra de Dios.

Tengamos en mente las tres acciones a las que el Papa Francisco nos invitaba el Miércoles de Ceniza para este tiempo: detenerse, mirar y volver. La Cuaresma nos invita a  detenernos y mirar (y más aún admirar) lo que Dios ha hecho con nosotros a lo largo de la historia. ¡Cuántas veces ha hecho alianza con nosotros porque nos ama! Ante la incapacidad de Israel (y de la humanidad) para perseverar fielmente en las alianzas, Dios finalmente selló la perfecta alianza en y por Jesús, su Hijo, Dios y Hombre verdadero, la cual se renueva constantemente por medio del Bautismo, la Eucaristía y la Reconciliación, para que todos los que recibimos esos sacramentos participemos de las gracias de ella.

El segundo domingo de Cuaresma siempre miramos a Jesús transfigurado para que su luz, anticipo de la Resurrección, nos anime a perseverar en el camino de la conversión y así volver al Padre que nos ama y por amor no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó para salvarnos  (cf. Rm 8,32).

 En conclusión 

La Cuaresma nos invita a concientizarnos de que debemos renovar la alianza que el Padre ha hecho con nosotros por Cristo. Ya no hay que ofrecer sacrificios de animales ni de humanos. Cristo se ofreció una vez y por siempre por nosotros (cf. Heb 9,7–10,18).

Nuestros sacrificios, obras de caridad y oraciones cuaresmales deben ayudarnos a vivir más intensamente esa alianza, pero lo harán solo en tanto y en cuanto están unidos a la oblación y vida de Jesús. Esta Alianza en Cristo es perfecta, pero depende de nosotros aprovechar al máximo esos bienes espirituales que el Padre nos da por su Hijo. Para ello añadamos una acción más a lo que nos sugería el Papa. El Padre en medio de la transfiguración manda: “Escúchenlo”. Por tanto, detenernos, mirar y escuchar a Jesús (lo que hace y lo que dice) para que eso provoque en nosotros las conversión ( volver) al Padre con todo nuestro corazón.

(Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes)

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