En ocasiones la lógica divina hace colapsar la lógica humana. Eso de que uno más uno, más uno, sea uno en la Santísima Trinidad ha tragado bastantes litros de tinta; eso que canta el rey David de que mil años son un día de ayer; eso de que Cristo crucificado, la total expresión de impotencia humana, se convierta en manifestación de la fuerza de Dios; eso de que Cristo crucificado, la total expresión de sandez humana, sea expresión de la sabiduría del Altísimo (cfr. Cor 1, 22-25); y eso de que en tres días se pueda construir lo que ha costado 46 años, hace paralizar (aletargar) los más altos coeficientes intelectuales humanos.

La irrefutable ley divina es poéticamente descrita en el salmo de esta celebración (Sal 18). El salmista la describe como descanso del alma, como luz a los ojos, como oro fino y dulce como la miel. Esa tan exquisita ley es dada al pueblo en un total contexto de libertad. Le recuerda Yaveh Dios que es Él quien le ha sacado de la esclavitud (es decir quien les ha hecho libre) y quien conducirá su libertad con la luz de esas palabras. En este sentido, aunque la lógica humana pueda ver restricción, la lógica divina custodia libertad. Inicialmente Yaveh Dios muestra un celo cuidadoso por su pueblo: “No tendrás otros dioses fuera de mí” y, seguidamente, muestra el deseo de mantener su libertad en respeto no solo al propio y único Dios, sino también a los hermanos miembros de ese mismo liberado pueblo (cfr. Ex 20, 1-17).

Hablando de celos el Evangelio presenta a Jesús con látigo en mano tumbando mesas, esparciendo monedas y echando fuera bueyes, ovejas y palomas (Jn 2, 13-25). La lógica divina que nuevamente trastoca la humana. Bueyes, ovejas y palomas que sacrificialmente no han ganado redención; un templo que ha de ser purificado de estos sacrificios huecos que tantas veces denunciaron los profetas y los catalogaron como detestables. Cristo celosamente, apasionadamente, intensamente prepara el camino del único y verdadero sacrificio. A Cristo poco le importan los 46 años de sacrificios infames, considera más bien los tres días de rescate y redención infinita que obrará.

Es posible que en el individual caminar cuaresmal haya habido colapsos entre nuestro intelecto y el proceder divino. Que en nuestro intento griego de sabiduría no haya habido alguna lógica conclusión. Que la mirada judaica haya visto más los 46 anunciados dolores que las tres sanaciones obradas en el más silencioso de los anonimatos. Que la mirada judaica haya visto más las 46 culpas por las que los otros necesitan ser apedreados que las tres miradas liberadoras de perdón, compasión y redención. Que la mirada judaica haya observado y dilucidado más en las 46 dudas que en las tres sólidas convicciones. Que la mirada judaica se deleite más en los 46 vía crucis, los 46 rosarios, las 46 velas que en las tres prácticas ascéticas que han de enmarcar el individual y escondido camino de conversión: la limosna y caridad ilimitada para con el hermano, la oración y confianza plena en Él y el ayuno y dominio de sí. Cuesta entender la lógica divina; iniciemos acaso consolándonos con las palabras apostólicas: lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

(P. Ovidio Pérez Pérez)

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