En este camino veraniego que estamos disfrutando, la liturgia de hoy nos convoca a redescubrir la fuerza de la palabra y como esta debe ser acogida en el corazón. La Palabra ha sido y siempre será la manera fundamental para la comunicación de los seres humanos. Cuando vamos a otro país cuya lengua es diversa descubrimos cuán importante es la palabra ya que se nos hace muy difícil entrar en una comunicación certera con los demás.
Así quiso Dios comunicarse con nosotros, mediante su Palabra, y esta con letras mayúsculas. Esta será el centro de nuestra reflexión. Hoy se nos invita a redescubrirla, a reflexionar en la eficacia del anuncio de la misma y la disponibilidad para acogerla. No hay que olvidar que es precisamente la Palabra la que se hizo carne en medio de nosotros.
La Primera Lectura nos lleva por el camino de la naturaleza y su función esencial en la vida de todos los seres humanos. La tierra es fecundada por la lluvia iniciando así un proceso esencial para la vida. Ese proceso de la naturaleza es utilizado por el profeta para mostrarnos como la Palabra de Dios debe ser asumida para que la verdadera vida, que proviene de Dios, nos proporcione la capacidad de ser instrumentos adecuados. Insiste que la palabra tiene que retornar, como la lluvia en su proceso de evaporación regresa formando así las nubes, habiendo cumplido su misión en medio del pueblo. Y esta misión es el retorno de los corazones a Dios, retorno que solo se dará con la acogida de su Palabra.
El Salmo 64 completa la reflexión que nos brinda la primera lectura. La acción de Dios sobre nuestro mundo es celebrada y anunciada por el salmista. Todo lo acontecido en el marco de la naturaleza: “Riegas los surcos, igualas los terrenos, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes…” viene del Creador. Mira el salmista el mundo con un sentido providencialista: todo es acción y fuerza de Dios. Nada se mueve sin la fuerza y presencia del Señor.
San Pablo en la Carta escrita a la comunidad cristiana de Roma les invita a reconocer que vivimos en una constante búsqueda de liberación. Todo, incluyendo la naturaleza, vive en esta expectativa. Al señalar que se vive como “con dolores de parto” reconoce que el proceso no es fácil pero es la fuerza de Jesús la que nos llevará a la verdadera liberación. Por ello hay que mirar hacia la “gloria que nos espera” de manera que no perdamos la dirección del proyecto de vida que nos ofrece Jesucristo.
El Evangelio de hoy va, como dijimos al principio, de tierra, semillas y sembrador. Jesús, en sus acostumbradas enseñanzas, se centra hoy en la eficacia de: ¿la semilla?; ¿la tierra?; ¿el labrador? ¿Cuál de ellas es la más importante? Todas ya que es un proceso en el que todos los personajes cumplen una misión, aunque hoy el Maestro acentúa la tierra en esta catequesis. El llamado está claro: hay una contundente convocatoria para que se anuncie la Palabra de Dios, de modo que se cumpla aquello que contemplábamos en la primera lectura.
Jesús utiliza para ello una parábola (narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral) con la que nos conduce al compromiso con este proceso. Insiste en la disponibilidad de la tierra para recibir la palabra. Esta presenta dificultades (al borde del camino, zarzas, piedras) que impidieron el crecimiento y no respondieron a lo querido; pero se encontró la tierra fértil que proporcionó las mejores condiciones para la semilla. Refirmando la idea del primer párrafo, no es solo la tierra, también la semilla y el sembrador juegan un papel vital en este proceso. Claro que sí, porque es un conjunto de elementos que tienen que darse para que la semilla, o sea la Palabra, responda en el corazón del que la recibe, que es la tierra. Los sembradores tendrán que hacer uso de sus mejores recursos para que germine.
Hermanos, hay que poner empeño; nuestro terreno tiene las mismas condiciones que hoy se señalan en el evangelio pero eso no debe impedir que pongamos empeño en preparar la tierra, adiestrar a los sembradores y así la semilla de los frutos esperados.