La pereza es un vicio que lo vicia todo (valga la redundancia). Nos hace despreciables a Dios, cuya majestad ignoramos y despreciamos, y a los hombres, cuya paciencia ponemos a prueba. Hay personas que siempre y a todo, incluso a la santa Misa, llegan tarde. ¡Y se quedan tan tranquilas! Han perdido hasta el aprecio a sí mismos. Al parecer, no les importa hacerlo todo tarde y mal.
Origen de la pereza
No sé si los biólogos han estudiado a fondo el problema de la pereza, y si han llegado a alguna conclusión para curarla, pues es posible que la pereza sea una enfermedad que puede curarse como cualquier otra. Es importante aclarar esto, pues si la pereza es una enfermedad, el perezoso no es culpable.
Pero lo que sí hay en todo perezoso es un elemento síquico-espiritual defectuoso para cuya cura hay dos buenas medicinas.
Cura de la pereza
Las dos medicinas para curar la pereza de orden síquico-espiritual son: un “chispito” de amor de Dios, y otro “chispito” de vergüenza humana, o estima personal. Algunos añaden otra: “Contra pereza, palos en la cabeza” (refrán español, que ni adopto ni critico).
El perezoso no se niega a hacer su deber, pero como su alma está cuasi vacía del amor de Dios y de estima de sí misma, hace tarde y mal, y a regañadientes, lo que tiene que hacer. Su conducta cicatera no place a Dios ni agrada a los hombres.
Si el “chispito” de amor a Dios se convirtiera en verdadera y ardiente chispa, todo cambiaría: el antes perezoso se convertiría en persona enamorada de Dios y respetuosa con los hombres.
En la vida privada, el problema de la pereza se limita a las relaciones entre el individuo y Dios: el perezoso es pecador, pero si vive en sociedad; el perezoso también ofende al hombre.
Cuando en la vida espiritual la indiferencia o desafección hacia Dios se tornan en verdadero amor, todo cambia, lo mismo en lo espiritual que en lo temporal; pero cuando no existen ni ese amor ni la vergüenza o estima personal, no hay nada que hacer.
Contra pereza, diligencia
“Contra pereza, diligencia”, así reza otro refrán español. Si el perezoso ha de convertirse en hombre/mujer normal ha de hacer dos cosas antes que nada: aceptar sinceramente lo que es y hacer de su parte todo lo que pueda que, en esto, es ducho. Como a todo ser viviente, al perezoso le pesan el cuerpo y alma, pero con la gracia de Dios siempre a mano (Juan 14, 13), todo se puede vencer y alcanzar.