Esta semana la liturgia nos convoca a todos a realizar un proceso en el que cada quien tendrá que mirarse a sí mismo y preguntarse: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Reconozco y asumo lo que implica este seguimiento? Escucharemos de parte de Pedro una respuesta que para nosotros, hombres y mujeres creyentes no sería difícil afirmar. Para el apóstol, después de una intensa experiencia con el maestro, ha ido descubriendo la verdad que se encierra en la figura de Jesús. Porque esa verdad se refleja en la actuación de cada día; en el quehacer de cada instante de la vida.
Hoy para nosotros es fundamental vivir la experiencia de Jesús, pues es solo así que podremos realmente conocerlo y redescubrir cada día qué implica para mi vida y cuán necesario es para mí el poder acoger su mensaje y llevarlo a la práctica de cada día. Solo “saboreando” el contenido del Evangelio podré darme cuenta qué significa seguir el camino de Jesús.
La Primera Lectura nos presenta al siervo sufriente que no claudica ante las dificultades del camino que tiene que realizar. El dolor siempre ha sido un tipo de repelente para el ser humano. Nos cuesta asumir el proyecto que sea, si el mismo implica mucho esfuerzo y, sobre todo, sufrimiento. Hoy se nos recuerda desde el profeta Isaías que hemos de asumir con entereza los grandes proyectos; y que los mismos tienen un nivel de sufrimiento para el que los realiza. Pero solo serán realizables desde la confianza plena en Dios; Él sostendrá y no abandonará a los suyos; como el siervo que siempre se sintió acompañado por Dios.
El Salmo de hoy es una afirmación del amor del salmista por Yahvé, del cual reconoce que nunca ha desoído sus súplicas. En los momentos difíciles de su vida el Señor inclinó su oído hacia él y lo salvó de una enfermedad. Este ha sentido la mano bienhechora de su Dios, y de nuevo quiere volver a la calma para darle gracias sin ansiedades ni sobresaltos. Recuperada la salud y alejado el peligro de ir a la tierra de los muertos, el salmista tiene el firme propósito de conformar su vida a la ley divina y “caminar en presencia del Señor”.
La Segunda Lectura parecería ser un llamado que cada día se nos hace a los cristianos: demuéstrame cuánto crees, viviendo de una forma congruente y haciendo las obras que dice Jesús. Porque de eso se trata esta lectura. Es una convocatoria clara para que respondamos con la vida misma y dejemos sentir nuestra vivencia de Jesús a través de lo que digo y hago. Hay un refrán que nos lo recuerda: de la abundancia del corazón habla la boca. De las palabras que anuncian los creyentes tienen que manar los proyectos y respuestas de cada día.
El texto del Evangelio de hoy es un llamado que hace Jesús a los suyos. En su labor como maestro es la única vez que Jesús pregunta qué piensan los demás de Él. Y las apreciaciones del entorno sobre Él no se hacen esperar: recogen lo que es la percepción general de su persona. Pero para los cercanos es otra: «Tú eres el Mesías»; Pedro como portavoz de la comunidad señala qué piensan y esperan de Jesús. Pero el Maestro comienza a desentrañar lo que implica esta misión: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días». Y es ahí cuando la capacidad de entender que el proceso conlleva dificultades, e inclusive la muerte, porque lo de resurrección no fue tomada en cuenta, se resisten a asumirlo. No puede ser, esto no puede ocurrir, serán los argumentos de Pedro. El rechazo de Jesús no se hizo esperar recordándole que lo mundano, el maligno, se estaba imponiendo en el corazón de Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
El proceso de Jesús, difícil de asumir por Pedro, y quizás por más de uno, es el que Cristo quiere que entre en el corazón de los suyos. Aceptar el proyecto de Dios en nuestras vidas va a implicar riesgos y dificultades, Jesús lo llamará “cargar la cruz”, y esto no puede ser rechazado o evadido.
Completar la misión que se nos encomienda, acogiendo en el corazón todo lo que esto implica, será vital para poder alcanzar lo que es el gran proyecto de Jesús: el reino de Dios.