Se abrió el mar en dos mitades, y un pueblo de esclavos lo atravesó a pie y rápidamente. Este pueblo comenzó a vivir en libertad. He aquí la pascua de Israel. He aquí la fiesta de la liberación que año tras año celebran los judíos hasta nuestros días.
Se abrió una tumba de par en par, y el que había muerto bajo el poder de Poncio Pilato RESUCITÓ: la muerte no pudo tragarlo, y la tumba quedó vacía. Esta es nuestra pascua: este es el paso de la muerte a la vida: esta es en verdad para todos los cristianos la gran fiesta de liberación. Año tras año, domingo tras domingo, la celebraremos.
No hay pascua sin ruptura: no hay resurrección sin ruptura: no hay libertad sin ruptura. ¿Continuismo? El que padece la esclavitud no puede continuar, si quiere llegar a la libertad. En algún momento decisivo tiene que dar el paso hacia delante, ha de saltar, ha de romper; pues solo es posible llegar a la libertad, en libertad. Y esto vale para el hombre, para cada hombre, en la historia de su vida, y para el pueblo, para cada pueblo, en su larga biografía. Hay que dejar al faraón que se hunda con sus caballos en el Mar Rojo. La libertad está en la otra orilla.
La verdadera tradición cristiana, en la que estamos y en la que entramos por el bautismo, es la memoria subversiva de la muerte y resurrección de Jesús. Memoria subversiva sí, porque es la memoria que nos subleva ante cualquier tipo de esclavitud y mantiene despierta la conciencia de la vocación a la libertad de los hijos de Dios; pues para esto, para que vivamos en libertad, Cristo ha levantado la losa de la tumba y ha dejado abierto el camino a nuestra esperanza.
¿Quién podrá detener ya la esperanza, una vez desatada? Hay una promesa que se ha de cumplir a pesar de todo. Porque Dios es fiel y no defrauda a sus testigos: si, Cristo ha resucitado, y nosotros por él y ¡con él resucitaremos!