Hay textos bíblicos que impactan por su sencillez, claridad y delicadeza. Este es uno de ellos. Un hombre con una necesidad concreta, marginado de la sociedad, lleno de una confianza plena en Jesús, muy discreto, se acerca a Jesús y espera el momento oportuno para acercarse a él… en cuanto puede hace su petición. Y esta no es desatendida.
“Señor, si quieres, puedes curarme” (Marcos 1,40).
¡Qué gran prudencia y fe la de este leproso que se acerca a Cristo! No interrumpe su discurso, ni se atraviesa entre la multitud de oyentes, sino que espera el momento oportuno… Y no se lo pide de cualquier manera, sino con mucho fervor, postrándose a sus pies, con fe sincera y con una opinión correcta acerca de Él.
En efecto, no le dice: “Si tú le pides a Dios…”; o “Si le pidieras…”; sino: “Si quieres, puedes curarme”. No le dice: “Señor, ¡cúrame!”, sino que más bien le confía todo a Él y da testimonio así que Él es Señor para curar o no, reconociendo el pleno poder que le asiste.
Y ¿qué dice el Señor para confirmar la opinión de aquellos que contemplaban estupefactos su poder, Él que tantas veces habló con humildad de muchas cosas que no se adecuaban a su gloria? Él dice:
“Quiero, queda curado”(Marcos 1,41).
A pesar de haber realizado tantos y tan extraordinarios milagros, no consta que alguna vez haya hablado como lo hizo en esta circunstancia. Aquí, en efecto, para confirmar en el pueblo y en leproso la fe en su poder, dice primero: “¡Quiero!”. Y no lo dice sin hacerlo, sino que enseguida de las palabras sucede el hecho”.
(San Juan Crisóstomo, Hom. in Mt. ev., 25, 1)
¡Cuánto tenemos que aprender!… En víspera de iniciar nuestro camino hacia la Santa Pascua, pidamos al Señor la gracia de la Conversión, para descubrir la lepra que envuelve nuestra vida… y humildemente pedir la sanación.