El Papa Francisco el pasado 30 de noviembre del 2014 inició un año para agradecer a Dios el don inestimable de la Vida Consagrada.
«Las personas consagradas, dice el Papa, son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino».
¿Qué es lo que el Papa nos invita hacer durante este año?
Primero: Dar gracias a Dios por haber suscitado en su iglesia este don inestimable de la Vida Consagrada. Dar gracias, por la vida de tantos hermanos y hermanas que desde el silencio de su entrega son un signo inequívoco de la cercanía y del amor de nuestro Dios que sale cada día al encuentro de los más pobres y necesitados.
Segundo: una invitación a reflexionar sobre la riqueza de los carismas que se manifiestan en los consagrados. Carismas que tocan las diversas realidades y sujetos de nuestra sociedad: educación, salud, comunidad, familia, ancianos, huérfanos… y en otros tantos lugares donde con su presencia discreta y silenciosa se va construyendo el Reino de Dios.
Tercero: Orar para que el Señor suscite, sobre todo en Puerto Rico, nuevas vocaciones que con su testimonio de vida sean expresión visible del amor de nuestro Dios.
Bendito seas, Señor, Padre santo, porque en tu infinita bondad, con la voz del Espíritu, siempre has llamado a hombres y mujeres, que, ya consagrados en el Bautismo, fuesen en la Iglesia signo del seguimiento radical de Cristo, testimonio vivo del Evangelio, anuncio de los valores del Reino, profecía de la Ciudad última y nueva.
Mira bondadoso, Señor, a estos hijos tuyos y a estas hijas tuyas, que se han consagrado a ti: mantenlos firmes en la fe y alegres en la esperanza, para que sean, por tu gracia, un reflejo de tu luz, instrumentos del Espíritu de paz, prolongación en medio de la humanidad, signo de la presencia de Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.