Durante el Adviento he descubierto que a Dios le gusta hacer visitas. En la Biblia se nos narra que Él salía a visitar a Adán, y paseaba con él en el paraíso. También que visitaba con frecuencia a Abraham, incluso se dejaba invitar por él a la mesa. Y algo bien importante, estas visitas iban siempre acompañadas de bendiciones y promesas. Dios también visitaba asimismo a su pueblo, especialmente en los tiempos de dolor y esclavitud. “Bien vista tengo la aflicción… He bajado para liberarle (Ex 3,7-8). Y recordemos que las visitas y encuentros con Moisés fueron muchos.
El Evangelio de hoy nos permite descubrir que la visita de María a su prima Isabel se convierte en alegría desbordada hasta el entusiasmo, en felicitación que termina en cantos de alabanza, e incluso incorpora al Niño que Isabel llevaba en su seno. Esta visita no es solo por un rato sino que se mantiene, concretándose en un servicio prolongado hasta el nacimiento de Juan.
Cuando nació Juan, su padre exclamó: “¡Dios ha visitado a su pueblo”. Frase que apuntaba ya a algo más decisivo y definitivo, la presencia del “Emmanuel”, el Dios con nosotros, el Dios que está de nuestra parte.
En Jesucristo la Visitación se hizo Encarnación. Ahora Dios podrá familiarizarse con la humanidad. Podrá no solo compartir nuestras comidas, sino dejarse comer por nosotros.
En vísperas de la Navidad, pido a Jesucristo, rostro amoroso del Padre, que derrame sobre ustedes su abundante misericordia, para que en familia y con mucha alegría, puedan celebrar estas fiestas navideñas.