IV Domingo de Pascua: Domingo del Buen pastor                                                                           

 

No se puede negar que dentro de las referencias de la vida agraria que la sagrada escritura sugiere la del pastor es una que tiene un realce especial. Y esto porque desde sus páginas iniciales con el inocente Abel  -que era pastor- (cfr. Gn 4, 2), hasta sus páginas conclusivas con el Cordero apocalíptico que pastoreará su rebaño a los manantiales de agua de vida (cfr. Apoc 7, 17) se puede trazar un hilo conductor con la misma impactante imagen.

 

Sin dejar a un lado la figura del pastor, un elemento común en la liturgia de la palabra de hoy podría ser encontrado desde la llamada y la respuesta. Los pocos versos de la narración del discurso de Pedro en la primera lectura (Hch 2, 14. 36-41) hacen constar que el Señor, nuestro Dios, es el que llama y que quien se deja conmover por su llamada responde a un camino de conversión. El número cuantioso de los que respondieron en aquel momento al autor del Libro de los Hechos de los Apóstoles le ha parecido muy oportuno hacerlo constar. La segunda lectura (1 Ped 2, 20-25) hace una especificación de la llamada: seguir las huellas de Cristo quien pacientemente aceptó el peso de los pecados a fin de que se viva para la justicia. Es la llamada que sale al paso de quien está perdido. Pedro utiliza literalmente la imagen de las ovejas perdidas que han vuelto a su pastor. La distancia o lejanía del pastor impide escuchar su voz. Es el pastor que se acerca y cuando está próximo no hace otra cosa que no sea llamar. Llama para conducir a las tranquilas y cristalinas aguas, a las verdes y gustosas dehesas, así como a la mesas de copas rebosantes que canta el salmista (Sal 22).

 

En el relato del evangelio se entrecruzan las imágenes de puerta y de pastor. Ambas muy bien se reclaman desde la misma acción de llamar. La puerta da ingreso al redil; en esta perspectiva, aún cuando Jesús hace referencia a los ladrones que se acercan, el redil va más allá de ser un espacio de seguridad, sino que se convierte en el feliz lugar del encuentro. El lugar donde cada oveja es reconocida por su singular e individual valor; el lugar donde el pastor es reconocido por su singular e individual voz. Es decir, es el lugar donde se llama y se responde; el lugar donde se entra para compartir la vida; el lugar desde donde se sale para encontrar el alimento que conduce a la vida. Así la llamada para entrar, que hacer el pastor, conduce a un espacio de vida. Así lo sugiere el salmista con la mesa preparada y los ungüentos en la cabeza. La llamada para salir, que hace el pastor, también es camino seguro de vida. Mientras guíe el cayado del pastor, aunque se atraviesen sombras de muerte, no hay temor porque su llamada no hace sucumbir; al contrario, lleva a resurgir.

 

De esta manera creo que responde a la llamada y entra por la puerta el que reconoce a Jesús como el Señor y Mesías, como sugiere Pedro en su discurso; reconocerle es dejarse pastorear. Responde a la llamada y entra por la puerta el que no se pasa anunciando sus sufrimientos como la peor desventura sino que los soporta como una verdadera gracia; así lo sugiere Pedro en su epístola. Esta forma de vida es saber que la bondad y la gracia del pastor siempre acompañan como canta el salmista. Responde a la llamada y entra por la puerta el que alegre se sabe anunciador de un reino de vida y no deja de testimoniarlo en palabras y obras. El testigo va experimentado la vida en abundancia de la que habla el Maestro. Responde a la llamada y entra por la puerta el que, estando en el redil, se alimenta de la oración y el que, estando en campo abierto, reparte vida y amor.

P. Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

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