Contexto
Decíamos hace dos domingos que la Palabra de Dios en este Ciclo A nos enseña cómo se constituye un cristiano. Así la Iglesia acompaña a los catecúmenos y refresca las ideas a los ya bautizados.
En los pasados domingos veíamos que para ser cristianos necesitamos la luz de la fe en Jesús, el agua del Bautismo y el don del Espíritu (agua viva y unción). Hoy salta a nuestra vista que el cristiano tiene una nueva vida en ese Espíritu que ha recibido (Rm 8,8-11), la cual es anunciada también al Jesús revivir a Lázaro (Jn 11,1-45), con lo cual también daba cumplimiento a las profecías (Ez 37,12-14). De esta manera se suscita en los catecúmenos el anhelo por esa vida nueva que recibirán en la iniciación cristiana y que nosotros ya hemos recibido.
Reflexionemos
Estamos a días de la Semana Santa en esta cuaresma tan particular que está viviendo todo el mundo, cristiano o no. En esta época de las redes electrónicas una de las frases acuñadas es hacerse viral. Pues esto ha pasado con esta cuaresma.
La espiritualidad penitencial en las últimas décadas ha sido atacada por el virus mundano. La Iglesia al renovar su espiritualidad y practicas penitenciales (cf. S. Pablo VI, Const. Paenitemini) aspiraba ver un renovado esfuerzo por vivir la virtud de la penitencia, sin embargo, a veces parece que el resultado ha sido el contrario. Por ej. los viernes, siempre días penitenciales para la Iglesia, han sido devorados por el viernes social, y últimamente hasta el Viernes santo. En esta sociedad mundana en la que la gente hace todo tipo de “penitencia” para verse bonito, sin embargo, si se habla de mortificarse, sacrificarse o ser austero para mejorar la espiritualidad entonces se dice que eso es algo anticuado, masoquista, etc.
Pues resulta que al fin para protegernos de un virus hemos tenido que asumir acciones propias de la cuaresma: recogernos, limitar jolgorios, reflexionar sobre la fragilidad de la vida, los límites de nuestras capacidades humanas, etc. Si asumimos esto con verdadero espíritu penitencial nos puede impulsar a dedicar tiempo a la vida interior, la familia, a organizar y arreglar la casa (a veces reflejo del orden o desorden interior que llevamos). Precisamente la Cuaresma debía ser tiempo para eso para poner en orden el alma, la casa interior y sus relaciones con Dios, consigo mismo, el prójimo y hasta con la creación, como nos pide el Papa Francisco al hablar de la conversión ecológica.
En el Evangelio escucharemos cómo Jesús enfrentando la tragedia de la muerte de un ser querido, resucitó a su amigo Lázaro haciendo posible que Marta y otros creyeran en Él (v.45).
El fin de la Cuaresma es ese, fortalecer nuestra fe en Jesús, su muerte y resurrección; entender que participamos de ese misterio por nuestro Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y que esa vida nueva en el Espíritu, de la cual la resurrección de Lázaro es signo, es un tesoro que debemos agradecer y por ello la Cuaresma nos sirve para pulirlo para que llegue reluciente a la Pascua.
A modo de conclusión
Dios prometió por Ezequiel sacarnos de nuestros sepulcros. Jesús sacó a Lázaro del sepulcro. Jesús salió victorioso del sepulcro y quiere sacarnos también a nosotros del sepulcro del pecado, de una vida sin sentido o superficial; y también quiere sacar a la humanidad de este “sepulcro” epidémico que atraviesa. Con el salmo 129 clamamos al Señor “desde lo hondo” confiando en su victoria pascual sobre esta pandemia.
Si vivimos con fe esta “Cuaresma viral” podremos experimentar una Pascua mejor si nos sumergimos en el misterio pascual de Cristo, y con la fuerza del Espíritu damos un testimonio cristiano contundente haga viral el Señorío de Jesús.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante