Lo primero que debemos considerar es que la Fe es un “don” recibido no es una definición doctrinal o una conclusión teológica. Hoy Jesús la proclama como una bienaventuranza: “Dichoso tú, Simón…esto no te lo ha revelado ningún hombre  sino mi Padre, que está en los Cielos”.  

Este don hay que acogerlo, y el que así  lo haga, podrá dar testimonio personal de Jesús y anunciarlo como Señor y Salvador de la humanidad. Porque: “Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador  del mundo”.

Lo segundo a considerar es que este don nos hace “felices”. Porque: “La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue  a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). 

La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. 

Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”, (Aparecida 29).

Vivamos  contentos de ser cristianos- cristianas, y al mismo tiempo, con mucha humildad  centramos nuestra vida en él, y no en nosotros mismos.

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