En esta segunda semana de Cuaresma estamos llamados a dar un paso más en la preparación para vivir la gran fiesta de la Pascua. Hoy somos invitados por Jesús a subir con Él  al monte Tabor  para allí en la serenidad de la montaña tener un encuentro personal con Dios que nos invita a cambiar de vida: a pasar de la desconfianza a la amistad, del aislamiento a la comunicación, del egoísmo a la solidaridad, del ruido al silencio, de la noche a la luz, de la tierra árida y seca al valle fecundo, del desaliento al ánimo, de la muerte a la Vida.

En este domingo el PADRE  nos  invita a detenernos y hacer  silencio para Escuchar su voz cálida y amorosa a través de su Hijo Amado Jesucristo. Nos invita también, a abrir los ojos a CONTEMPLAR, a ver más allá de las simples apariencias la nueva realidad que nos presenta Jesús. Si hacemos silencio, si nos detenemos un poco en medio de nuestra agitada vida, estoy seguro que seremos capaces de intuir, algo del misterio del amor infinito de nuestro Dios, podremos acercarnos a su trascendencia y así entrar de puntillas en su presencia transformadora.

El relato de Marcos contiene unas claves que nos pueden ayudar a entender el misterio que hoy celebramos. La insistencia en el hecho de que los apóstoles no entendieron del todo lo que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos, nos ayuda a nosotros que pese a la fe que tenemos en la resurrección de Cristo y en la nuestra no llegamos tampoco a entender del todo el sentido del misterio pascual.

El texto que nos presenta la Iglesia es una experiencia profunda de fe tenida por los amigos más íntimos de Jesús. En un momento de comunicación profunda, tuvieron la impresión de percibir a Jesús en su verdadera identidad. Fue un instante de éxtasis, que les hizo entrever la realidad gloriosa de Jesús, pero que aún no les mostró toda la profundidad de su misterio. Para llegar a entenderlo, de algún modo, fue necesario el contacto real con la vida, fue necesario que, a través de los sufrimientos y muerte de Jesús -y a través de sus propios sufrimientos y, más adelante, de su propia muerte-, comprendieran que hay que pasar por la muerte para llegar a la vida.

A nosotros nos pasa lo mismo tampoco entenderemos del todo lo que significa “resucitar”, si nos quedamos solo en el terreno de la fe contemplativa. Es por eso, que se nos invita a descender de la montaña de las ideas a la tierra firme de las realidades diarias. Para así experimentar en carne viva lo que significa morir a nosotros mismos y sobre todo vivir hacia Dios y hacia los hermanos y hermanas; de esta manera entenderemos lo que es la resurrección. ¡Buena Cuaresma!

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