¿Cuántas veces hemos vivido la experiencia de ir por la carretera y tener que detenernos porque la lluvia es tan densa que apenas podemos ver?; o que tengamos que reducir la velocidad porque hay tantas luces que nos deslumbran y no podemos tener una visión clara.

A la hora de tomar decisiones en nuestra vida cotidiana nos ocurre, también, una experiencia similar. Tenemos que tomar posturas, iniciar proyectos, tomar alguna decisión con respecto a un hijo o hija; y, en muchas ocasiones, nos abruman las opiniones sobre qué hacer y cómo hacerlo. Los medios de comunicación, también, nos llevan por esos derroteros: nos quieren decir qué comprar, dónde vivir, qué decisiones económicas tengo que tomar, etc.

Hoy, la Palabra de Dios es como una llena de esperanza que nos lleva por un sendero de seguridad y sosiego en medio de una sociedad tan llena de incertidumbres.

La primera lectura nos habla de la sabiduría. Nos dice el diccionario de la Real Academia Española, que la sabiduría es el grado más alto del conocimiento; conducta prudente en la vida, conocimiento profundo en las ciencias, letras o artes; nos dice, además, que la sabiduría eterna o increada se refiere al Verbo Divino. Por tanto, hoy, el llamado de esta primera lectura es una vital para el discernimiento de todos en esa búsqueda, que todos tenemos para alcanzar metas y ser feliz. Es un llamado claro a buscar y amar la sabiduría, es fundamental para todos.

Nos dice la lectura, además, que la sabiduría es inmarcesible, o sea, que no se puede marchitar. Vayamos pues a ella: siempre estará ahí para nosotros.

San Pablo hoy nos habla, en la segunda lectura, de la esperanza ante la muerte. Siguiendo lo celebrado en esta semana en la Solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los difuntos, el apóstol nos recuerda que nuestra confianza ante la muerte está en Jesús: Él resucitó de entre los muertos; y en esa resurrección de Jesús, participaremos si le seguimos y le amamos. En ello, reside nuestra esperanza y la alegría de la fe que vivimos.

En ese marco de esperanza confiada, en esa sabiduría a la que debemos aspirar y buscar, está ubicada el hermoso Evangelio de hoy. Jesús se sirve una vez más de una parábola, recogida únicamente por Mateo. Elementos particulares de la parábola dignas de especial mención: certeza de la venida del novio; incertidumbre de la hora de esa venida; llamada a la vigilancia.

Nos dice la palabra que la vida tiene sentido. Sabemos a dónde nos dirigimos pues Jesús nos lo ha dicho. La certeza de la meta está anunciada. Por tanto, hemos de vivir esta vida con la sensatez de que, a través de ella, vamos a alcanzar la gran meta. Vivir dispersos, carentes de la sabiduría propia de los creyentes, es ir por la vida sin tener claro cuál es nuestra meta. Gastamos fuerzas en cosas pasajeras, superficiales, que señalan que no tenemos claro hacia dónde dirigirnos. Nos constituimos, a veces, en “dioses” y vamos buscando placeres terrenos, metas “pequeñas”, superfluas, engañosas. Hoy, la Palabra nos hace un llamado a la sensatez.

Quiero finalizar con un llamado hermoso plasmado en la Liturgia de las Horas:

“Acerquémonos, por tanto, al Señor con un alma santificada, levantando hacia Él nuestras manos puras e incontaminadas; amemos con todas nuestras fuerzas al que es nuestro Padre, amante y misericordioso, y que ha hecho de nosotros su pueblo de elección” (De la carta de san Clemente primero, Papa, a los Corintios Cap. 27, 27)

(Padre José A. Acabá Torres)

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