Vamos llegando al final del año litúrgico y eso significa que la palabra que vamos a escuchar dirige nuestra atención hacia una meta común: llevar a cabo una revisión de vida, o, como diría un comerciante, un inventario de lo que ha sido este año. Es requisito detenernos y analizar cómo ha sido la respuesta, o, como nos dice el Evangelio, cómo hemos puesto a trabajar “nuestros talentos”.
Para ello la Palabra de Dios nos invita a contemplar, por un lado, la actitud de asumir con responsabilidad la encomienda que se nos ofrece, -hay que hacer bien aquello que es nuestra opción de vida-, y, por el otro lado, reconocer lo que se nos ha dado y cómo hemos trabajado y puesto a producir los “bienes” que durante este año se nos han ofrecido.
La Primera lectura nos invita a contemplar la grandeza del hombre que descubre una “compañera de equipo” que sabe responder a su colaboración dentro del proyecto que ambos han tomado. Su figura nos describe los talentos asumidos con esfuerzo y que son reconocidos por todos. La laboriosidad es signo que presenta lo que es asumir con entrega lo que la vida ofrece. Pero hay que realizarla no con el conformismo -esto fue lo que me tocó y hay que hacerlo-, sino con la alegría del que quiere en esa labor realizarse plenamente y ofrecer al mundo que le rodea un fruto que manifieste esfuerzo y esmero. Cuando hacemos algo con dejadez se percibe en la obra que presentamos; diferente es cuando ponemos el corazón y el fruto habla por sí mismo. A eso somos llamados: a ofrecer al mundo un testimonio contundente de entrega y generosidad.
El Salmo 127 nos recuerda que seguir el camino del Señor, procurar hacer Su voluntad, redundará en beneficio para el que lo asume. La dicha y el tener los frutos necesarios para vivir bien será el signo de esta bendición de Dios. Este fruto se percibirá en la familia, en la fertilidad de la mujer, en el regalo de los hijos, estos son reconocidos por el salmista como un don maravilloso de Dios. Quien así responde verá la bendición del Señor: “Que el Señor te bendiga desde Sion, que veas la prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida”.
La Segunda Lectura nos proporciona el llamado a la vigilancia, propio de estos días finales del año litúrgico. ¿Cuándo será ese momento en que llegue ‘el día del Señor’? San Pablo recuerda que llegará como “ladrón en la noche”, o sea que se desconoce el momento. Pero lo que importa aquí es que el creyente esté viviendo en la luz y no en las tinieblas. La llegada de este momento no puede convertirse en momento de miedo e incertidumbre, porque el que vive la propuesta de Jesús, que es vivir su justicia y paz, no puede tener miedo al encuentro con Aquel que es el centro de su vida. Por eso no debe convertirse en preocupación el desconocimiento del momento, sino que procuremos mantenernos alertas, despiertos, haciendo lo que hay que hacer.
El Evangelio nos conduce a reflexionar la tan conocida parábola de los Talentos. Nos señala el relato que “los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro dos; a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó”. Vemos claramente que el hombre conocía a aquellos a quienes les encargó sus bienes. Conocía la capacidad para la misión a realizar durante el tiempo de su viaje; no a todos les dio lo mismo. Observemos que la parábola no señala qué tenían que hacer; no indica cómo debían manejar lo que se les dio.
Pero observamos cómo los dos primeros asumieron con creatividad la encomienda; pusieron a producir para que rindiera ganancias. Pero el tercero no respondió con el arrojo de los otros dos; algo se dio en su corazón: “Hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor”. Posteriormente nos explica qué pasó en su corazón: “tuve miedo”. Ese fue el gran pecado del hombre, se acobardó. No tuvo el arrojo de sus compañeros, sintió que no era capaz de poner a producir aquel “talento”, algo que es claro en la parábola: tenemos que producir frutos. No podemos caminar por la vida como “holgazanes” de la misma. Dios nos brinda a todos capacidades, a las que comúnmente llamamos talentos. Y nos preguntamos. ¿Para qué son? Nos convoca la Iglesia en su enseñanza que tenemos que asumir el proyecto de “Convertir a cada comunidad cristiana en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo” (Propuesta de la Misión Continental).
Nuestro momento requiere la colaboración, la solidaridad, el compromiso… son los llamados comunes que se nos ofrecen por los medios de comunicación para que tomemos conciencia de que las necesidades del mundo requieren la respuesta de todos. Lo mismo debe ocurrir a nivel de fe: somos Iglesia y todos los bautizados somos convocados, y esto con urgencia, a responder con nuestro esfuerzo al llamado de llevar al mundo el proyecto de Jesús. Recordemos que de ello va a depender nuestra salvación.
(Padre José A. Acabá Torres)