(Domingo X del Tiempo durante el Año, Ciclo A, Solemnidad de la Santísima Trinidad)

 

Contexto

Reiniciamos el Tiempo Durante el Año después de estas Cuaresma y Pascua tan particulares.  Recuerdo que en la Arquidiócesis estamos en un año mariano y siempre acudir a María, madre y maestra espiritual, aunque no sea un tiempo dedicado a ella, es provechoso para adentrarnos en los misterios divinos. Hoy que celebramos este gran misterio del ser mismo de Dios, la Santísima Trinidad, sin duda María nos puede ayudar, pues si alguien vive sumergida en Dios es ella.

 

Además, la Palabra de Dios (cf. Éx 34,4b-6.8-9; Salmo Dan 3,52.53.54.55.56; 2 Cor 13,11-13; Jn 3,16-18) y las oraciones de la Iglesia nos permiten asomarnos y contemplar algo de este insondable y profundo misterio.

 

Reflexionemos

En el relato del Éxodo, Dios se da a conocer a Moisés como el Dios misericordioso que camina con su pueblo. La manifestación es de un Dios trascendente (como lo refleja también el cántico del libro de Daniel usado como salmo responsorial), pero a la vez cercano; distinto de lo que viven otros pueblos que tienen varios dioses, que además demandan sacrificios y ofrendas sin preocuparse mucho de sus devotos.

 

Este Dios de Moisés, sin dejar de ser trascendente y exigente, se hace próximo (cercano), a pesar de la testarudez de su pueblo. En ese momento histórico, en la pedagogía divina, se recalca la unicidad de Dios vs. el politeísmo circundante, y su misericordia vs. el mundo del “ojo por ojo” o peor aún, de la venganza absoluta.  Muchos siglos después encontramos el pasaje de 2 Corintios, en el que Pablo habla tranquilamente (en una despedida epistolar) del misterio del Dios uno y trino, que es Dios de gracia, amor y comunión.

 

Sin duda toda esta revelación divina, alcanza su mayor claridad en Jesús, que tanto en los pasajes evangélicos del final del tiempo pascual, como en el de hoy, nos presenta la intimidad del misterio trinitario, que para nosotros al revelarse se hace canal de salvación y vida eterna. Por eso se habla en teología de la Trinidad en sentido inmanente, o sea hacia dentro. En ese sentido Dios es Dios y punto, pero al revelársenos es conocimiento se hace para nosotros gracia y bendición redentora. No es un puro conocimiento intelectual, sino que nos sumerge en la vida de Dios.

 

María, que es templo de la Santísima Trinidad, ha experimentado y comprobado todo lo que la Palabra nos dice hoy: Dios es misericordioso, Dios cumple sus promesas, Dios siendo totalmente Otro se ocupa de nosotros y al revelársenos nos salva y nos permite ser instrumento de su salvación para otros.

 

María que es dichosa porque ha creído (cf. Lc 1,45) ha aceptado la propuesta de Dios en la Anunciación y por ello ha entrado en acción para colaborar con el plan de redención. También nosotros debemos colaborar con ese plan. De hecho, conocemos a la Trinidad por la puesta en práctica de la obra de la salvación.

 

Llevamos en el ADN el sello de la Trinidad porque hemos sido creados a sus imagen y semejanza, pero además hemos sido rescatados por Jesús para hacernos hijos del Padre y templos de su Espíritu.

 

A modo de conclusión 

María vive intensamente su filiación y maternidad divinas y desposorio divino.

A nosotros también nos toca hacer la prueba de lo que significa vivir el misterio de la Trinidad. En ella vivimos nos movemos y existimos. Lo que necesitamos es caer en cuenta de esa gran realidad. María, hija, madre y esposa del Dios uno y trino lo hizo, ahora nos toca a nosotros probar, experimentar y vivir ese misterio.

 

La Eucaristía nos permite tener esa experiencia de manera muy particular. Probémoslo y no nos arrepentiremos.

 

Por Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

 

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