El ayer, el hoy y lo que será

La celebración de este domingo encierra una maravillosa perspectiva temporal que nos lleva a mirar el pasado, a considerar el hoy celebrativo y a generar una expectativa cargada de ilusiones por lo venidero. Es Moisés en el relato del Deuteronomio (Deut 8, 2-3.14-16) quien retrospectivamente repasa la historia del pueblo. Su mirada al pasado le lleva a considerar ese pueblo como hambriento, como esclavo y como sediento; pero, a su vez, un pueblo nutrido con un alimento desconocido, un pueblo liberado portentosamente y un pueblo cuya sed desértica fue saciada con torrentes vivos. Considero que por su parte Pablo, en los escasos versos de la segunda lectura (1 Cor 10, 16-17), lleva a la comunidad de Corinto a mirar su Acción de Gracias y el efecto inherente que tiene en la asamblea: Quienes comen del mismo pan, forman un solo cuerpo. El elemento prospectivo se descubre en el extracto del discurso del pan de vida que se presenta como evangelio de esta celebración (Jn 6, 51-59). La enseñanza de Jesús, el nuevo Moisés, permite descubrir que lo que hoy se haga: Comer y beber, tendrá una repercusión futura y eterna: resucitar y vivir para siempre.

Con esta misma perspectiva temporal, que permite una síntesis muy práctica, en la oración colecta toda la Iglesia pide venerar hoy el Misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo (mirada actual) que Él mismo nos ha dejado como memorial (mirada retrospectiva) para que en su día (mirada prospectiva) alcancemos la redención.

Si tomamos en consideración el pasado tendremos que descubrir que la genuina veneración al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no la supone la añoranza de ritos suntuosos, revestidos de paramentos ostentosos y realizados en un lenguaje desconocido para el pueblo. La genuina veneración al misterio eucarístico viene dada con el reconocimiento de que es Cristo mismo quien vuelve a darse en alimento para su pueblo errante; el mismo pueblo que todavía en ocasiones camina como ovejas sin pastor (cfr Mc 6, 34). Él vuelve a hacerse pastor cercano de su pueblo; y no se olvide que fue un pastor que no tenía ni dónde reclinar su cabeza (cfr Mt 8, 20). Necesario es que tampoco se olvide que el mismo Cristo no se aferró a las tradiciones que daban más relevancia a los utensilios que a los contenidos (cfr Mt 7, 1-12). Si en nuestras limitadas procesiones de hoy, fruto del contexto difícil que atravesamos, no se percibe a Cristo con simplicidad caminando entre su gente, si hay más preocupaciones por la custodia, los candelabros, los sahumerios, los palios, las alfombras y todas las demás galas suntuosas que no muestran, sino que ocultan la simple forma de pan, algo anda fallando en la genuina veneración.

Si nos da con considerar la actualidad, la genuina veneración al Cuerpo y Sangre de Cristo no la supone la desobediente resistencia a extender las manos y comulgar desde ellas, justificando la obstinación desde un concepto impreciso de indignidad. La genuina veneración es capaz de reconocer que Cristo dignificó inigualablemente la corporeidad humana cuando asumió un cuerpo como el nuestro; Él tocó nuestro cuerpo haciéndose en todo semejante a nosotros (cfr Heb 4, 15). Asombro, no escándalo, es lo que debería provocar el reconocimiento de que es precisamente su cuerpo vivo el que ahora nosotros tocamos y comemos (cfr CIC 1374).

Considerando el porvenir, he de señalar que la genuina veneración al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no la supone el criterio absurdo del award que se da a los buenos y a los que tienen intención de seguir siéndolo. Caminar hoy en procesión, no es un paseo a la custodia, es el anuncio de que ella porta el alimento que da la fuerza para caminar hacia la meta siempre iluminada de la ciudad santa. Por eso, la genuina veneración al Cuerpo y a la Sangre de Cristo apunta siempre a resucitar con el Él; a vivir en la eternidad con Él. Apunta a la plenitud de que Dios sea todo en todos (cfr 1 Cor 15, 28) y a la bienaventuranza celeste de estar llamados y en camino al futuro banquete de bodas del Cordero (cfr Apoc 19, 9).

 

 

P. Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

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