Con admiración he escuchado ese dicho: “Donde no hay amor, pon amor y cosecharás amor”. Es una invitación a algo heroico, porque normalmente uno reacciona según la acción recibida. Como la pelota, lanzada contra la pared, rebota desde la pared. Es heroico lo que Jesús pide: si te golpean en la mejilla, pon la otra.  La respuesta al golpe es devolver el golpe. Al menos eso es lo que resulta instintivo.  Jesús, golpeado en la mejilla ante Anás, no presenta la otra mejilla; reacciona admirable: “Si hablé mal, dime en qué; ¿pero si no, por qué me hieres?” Debo reconocer que esa reacción es extraordinaria. No el resultado de la bola contra la pared.  Presentarme amoroso ante el que me hiere, brota de otro mundo.  El del Espíritu.

Hace poco admiraba una de esas cositas que envían por Facebook. Es un joven pobre, con unas sandalias raídas, que ve cerca en el parque a un joven adinerado cambiarse sus tenis Jordan por unos lujosos zapatos. De repente llega un carro a recogerle y el joven, ya con sus buenos zapatos, recoge uno de los tenis, pero el otro se le cae en la acera por la prisa. El pobre ve la escena, recoge el tennis y se lanza a correr tras el carro de lujo para devolvérselo. El rico, admirado por la escena, le regala los tenis.

Mucho me conmovió lo que en un taller relataba un casado ya de 60 años.  Era un adicto jugador, que de noche llegaba a las tantas a su casa, sin tener en cuenta la soledad de su esposa. Esa noche llegó a las 3:00 a.m. y abrió la nevera para comer algo. Ella se levantó y le respondió, a pesar de la protesta del esposo: ‘Deja que te caliente algo; no quiero que te comas eso frío’. Esa caricia amorosa le conmovió y desde entonces decidió cambiar su conducta con ella.

De eso hablamos en el dicho ‘Pon amor’.  Dice el poeta; ‘sé como el árbol de sándalo que perfuma el hacha que lo hiere’. Quizás no lo logres a la primera, pero, aunque resulte el cambio por tu muestra amor al final de tu vida, siempre llega.  El amor como el corcho en el agua, sobrenada. Es Gandhi que, apresado por desobediencia civil y condenado a cárcel, ocupa su tiempo tejiendo unas sandalias, que al final le regala al alcaide británico: “Porque se supone que usted sea ahora mi enemigo, y su evangelio me habla de amarlo”. Al final de la vida nos juzgarán del amor, y también al final solo quedará el Amor Infinito de Dios.

Ante su esposa seca por su propio abandono, se le aconsejó al esposo: Actúa en todo en ayuda de ella: Agradece, substitúyele en las tareas, usa con ella palabras suaves, búscale sus antojos, multiplica detalles con sencillez, persevera…  Es decir, pon amor. Posiblemente el cambio del otro lado no vendrá inmediatamente.  Pero vendrá. Y si no viene, tú te exaltaste y obraste correctamente. Escupir al cielo resulta en que el escupitajo te caiga encima. Bendecir al cielo siempre producirá bendiciones. Aunque la otra persona no acepte tu bendición, esa te glorifica a ti. Si el que siembra vientos cosecha tempestades, el que siembra amor recogerá amores.

Los que entendemos el amor no como gestos o expresiones románticas tipo telenovela mejicana, sino como el compromiso de que, con lo que tengo y soy, trabajaré para que tu seas humanamente más de lo que eres, por lo que yo te regalo, en esta línea.  La pasión y el romanticismo fácilmente terminan en puro egoísmo y aprovechamiento de la otra persona para gozo propio. Por eso dicen que la luna de miel dura mientras coinciden los dos egoísmos. El amor, es más. Como el de Jesús, que decidió ser como uno de nosotros en todo menos en el pecado, y dar su vida para que nosotros, aún rechazándolo, tengamos vida.

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