Sigue Jesús con sus grandes enseñanzas y hoy nos presenta la fuente de la que debe manar toda acción humana: el amor. Es desde aquí que estamos llamados a actuar y “socializar” en este mundo complejo que nos ha tocado vivir; porque es desde aquí que la justicia y la verdad van a concretarse en el diario vivir.

Por eso la liturgia de este domingo toca la fuente misma de la que todos hemos de beber y desde esta enseñanza hemos de dirigir todo lo que hacemos y decimos. Amar, que se define como “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”; y que San Juan define como a Dios mismo en su conocido texto de la Primera Carta de San Juan 4, 8, será la fuerza que mueva nuestra historia hacia una propuesta, como decía el Beato Pablo VI, “la civilización del amor”. Es a partir de este llamado que nos hace hoy la Palabra que somos emplazados a examinar cómo marcha el amor de Dios en nosotros y cómo amamos a nuestro prójimo.

La Primera Lectura recoge una fuerte consigna de parte de Dios para aquellos que, menospreciando al que no es judío, le maltrate y no lo respete en su dignidad de persona. Recibirá la “ira de Dios”, una fuerte expresión que trae consigo el aprecio que tiene Dios por la justicia, no importa de la raza que sea. Y ese maltrato es concretado en la usura (interés excesivo en un préstamo) y en el despojarlo de la única prenda para cubrirse: el manto: “¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo».

El Salmo 17 es un cántico de acción de gracias puesto en labios del rey David. La liturgia recoge hoy la proclamación de alegría y el reconocimiento de lo que significa el Señor para su pueblo: “El Señor es baluarte, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora”. La alegría que nace de una intervención milagrosa de Dios invita al salmista a clamar con alegría exultante de gozo: “¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca! ¡Glorificado sea el Dios de mi salvación!”.

La Segunda Lectura es el inicio de la carta del Apóstol Pablo a los Tesalonicenses. A quienes les recuerda cuánta alegría provoca en su corazón la respuesta que estos han dado al Evangelio. Tanto es así que afirma el apóstol: “Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca”; eso provoca el buen ejemplo que la comunidad ha brindado en medio del pueblo. Insiste que nada hay que añadir porque la misma voz proclama cómo han sido firmes en abandonar los ídolos para seguir a Jesús y cómo han proclamado en medio del pueblo su fidelidad al Señor muerto y resucitado.

El Evangelio de esta semana nos presenta en seis versículos cómo Jesús responde a un entrampamiento solapado que querían presentarle los fariseos que, conociendo de lo mal que han quedado los saduceos frente al Maestro, quieren salir airosos procurando        hacerle frente con uno de sus planteamientos. «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». La respuesta de Jesús no se hace esperar ya que hubiese sido la respuesta de cualquier judío piadoso: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Lo que no se esperaban era la segunda parte: Jesús insiste en señalar el segundo pero añadiendo que es semejante a este: el amor al prójimo. “Jesús forja una conjunción absolutamente original de Deuteronomio 6, 5 y Levítico 19, 18: dos textos de diferentes libros unidos para una interpretación mutua. Nadie antes de Jesús había conjugado unitariamente ambos textos y ambos amores, a Dios y al prójimo, elevándolos a la categoría de punto de apoyo y fundamento del edificio de la Ley”. Y este hecho brinda la novedad que Jesús ofrece a los fariseos.

El amor a Dios y al prójimo, ante un mundo saturado de egoísmos e individualismo, se convierte en el gran reto de nuestros tiempos. Nuestra sociedad que vive de prisa y por tanto poco atenta a las necesidades de los demás, está llamada a hacer un alto para revisar cómo vivo, cómo concreto el amor en estos tiempos. Cómo debo asumir con seriedad y radicalidad este mandato, que no es cosa trivial sino el mandamiento principal.

Hoy hemos de procurar hacer una profunda mirada; pero no cualquier mirada sino una profunda que pueda detectar cuánto trabajamos por hacer crecer este amor en medio de mi entorno. Es vital, por tanto, vivirlo que es nuestra obligación.

 

DOMINGO XXX ORDINARIO

– Ciclo A –

 

 

ÉXODO 22, 20‑26

Escuchamos la voz de Dios que sale en defensa de los más desventajados: los forasteros en medio del pueblo de Israel. Recuerda a su pueblo que estos son importantes para él; que sancionará a quienes maltratándolos, no viven el respeto a su dignidad. Palabras contundentes para el pueblo; y también para nosotros.

 

SALMO RESPONSORIAL (Sal. 17) Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Un canto de alegría que el salmista pone en boca de David, agradeciendo a Dios; y en medio del agradecimiento reconoce la grandeza de Dios. Consciente del poder absoluto del Señor, este le alaba e invoca: “Invoqué al Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos”, pues sabe que en Él está la salvación

 

TESALONICENSES 1, 5c‑10

El inicio de la carta a la comunidad Tesalónica recoge el reconocimiento que hace el apóstol Pablo a estos hermanos que han sido fieles, por ello los reconoce y sabe que su testimonio ha corrido de boca en boca. Es así como se lleva a cabo un hermoso proceso de evangelización: testimoniando la fe en la buena noticia de Jesús.

 

MATEO 22, 34‑40

Una pregunta realizada a Jesús por los fariseos, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?, lleva a Jesús a una gran novedad: unir el amor a Dios a la altura del amor al prójimo. Solo viviendo este amor en su doble vertiente asumirá el querer de Dios.

 

(P. José Acabá)

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here