En la espera del regreso del Señor, algunos podrían pensar que Dios atrasa el momento de su llegada. San Pedro recuerda que “el Señor no tarda en cumplir sus promesas. Lo que pasa es que tiene mucha paciencia, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan” (II Pe 3, 9). El amor siempre espera (I Co 13, 4). Dios es amor y tiene todo el tiempo del mundo para ser paciente.  Con su aparente tardanza, el Señor espera la conversión del corazón humano. Mientras Dios se demora, el ser humano se siente llamado a prepararle el camino.

Con sus propias fuerzas, el justo no puede preparar la vía del Señor si Él mismo no lo proveyera con su gracia. Dios, por obra del Espíritu Santo, dispuso el camino a su Hijo para que se hiciera hombre en las entrañas de la Virgen María. La Virgen María aportó su consentimiento para que la Palabra se hiciera carne. También cada ser humano da su asentimiento a Dios para que Él venga a su vida, haga su morada en el mundo y se manifieste en la historia.

La conversión 

El ser humano dice sí a la Palabra de Dios con un compromiso de conversión; esa fue la predicación de Juan Bautista. El precursor de Jesús exhortaba al arrepentimiento para recibir el perdón de los pecados. Luego que los judíos recibían el bautismo, que era signo de penitencia, los dirigía hacia Jesús para que recibieran el perdón y fueran bautizados con el Espíritu Santo. El camino hacia una vida nueva en comunión con Dios tiene tres momentos: conversión, perdón de los pecados por Jesús y recepción del Espíritu Santo.

Este proceso espiritual de transformación es una acción conjunta de la gracia a Dios y de la colaboración humana voluntaria.  Primero, la gracia fortalece la voluntad, y aún más: cambia la persona para recibir el don de Dios. Una cosa es la desintoxicación de un hombre por un tratamiento médico y otra, que no quiera seguir drogándose y que su voluntad sea fuerte para no usar más la droga.  La fuerza de Dios es ofrecida a todo el que quiere apartarse del pecado, ser perdonado por Cristo y recibir el Espíritu Santo. El Señor llega con poder y su brazo domina, asegura el profeta (Is 40, 10).

Es necesario el reconocimiento del pecado como ofensa a Dios y la subsiguiente humillación ante Él pidiendo perdón. El ser humano se inclina arrepentido, Dios le concede el perdón y lo levanta como hijo. Por el profeta Isaías, Dios manda consolar el corazón del pueblo porque Él ha recibido doble paga por sus pecados (Is 40, 1). Es el anuncio alegre y consolador del ofrecimiento del perdón de Dios. La reconciliación con el ser Supremo por el perdón recibido trae consuelo al corazón.

La unidad de vida

Hay que enderezar el comportamiento y enmendar la vida. Para el mejor intencionado, siempre existe la tentación de caer en el fariseísmo. Esta doble vida se manifiesta presentando una cara ante los hermanos católicos y otra ante el mundo, o pretendiendo construir una Iglesia sin Cristo y una religión sin Dios. Pero un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (Spe salvi, 44). La unificación de la vida con la fe y el amor, para no caer en la hipocresía, requiere un esfuerzo constante. Por eso el cristiano, mientras espera los acontecimientos finales, procura estar en paz con Dios, conservando una conducta inmaculada e irreprochable.

Conversión

La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer, la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia.

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