El vicio de la vanagloria es definido por el Diccionario de la Real Academia como “jactancia del propio valer u obrar”. Tanto el propio valer como las obras pueden responder a la verdad o ser ambos grandes mentiras. En el primer caso, la gloria es vana, pues, en realidad de verdad, debemos a Dios todo lo que somos y podemos hacer; en el segundo supuesto, la vanagloria es pura estupidez, pues no hay lugar a la vanagloria.
Para no caer en este vicio, debemos estar atentos, ya que la tendencia de todo hombre y mujer es buscar el aplauso de lo que hacemos, lo merezcamos o no. Esto es verdad incluso en las obras de caridad.
La humildad es la verdad
Creo que es de Santa Teresa de Ávila la sentencia de que la humildad es la verdad. Y la verdad es que vinimos a este mundo con las manos vacías, y que aun los más fuertes pueden poco; y los viejecitos como yo, nada. Y en el campo del saber, aún sigue siendo verdad lo que dijo cierto sabio: lo único que sé, es que no sé nada.
Estas grandes verdades, meditadas con frecuencia, nos ayudarán a reconocer que es Dios la verdadera fuente de nuestro ser, vivir y poder; y que sin su ayuda, nada podemos hacer de bueno.
La vana gloria es una forma sutil de la soberbia, vicio capital, y raíz de todos los pecados. Como titulé uno de mis recientes artículos, los soberbios son verdaderos ladrones de Dios. Y esto los hace tan repugnantes a Dios como a los hombres.
En el Evangelio de San Mateo, encontramos dos dichos del Señor Jesús que parecen contradictorios pero que no lo son.
En el Capítulo 5, versículo 16, Jesús nos anima “a que nuestra luz brille delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos,”
En cambio, en el Capítulo 6, 3, nos amonesta “a que, cuando hagamos limosna, no sepa nuestra mano izquierda lo que hace la derecha; así nuestra limosna quedará en secreto; y nuestro Padre que está en los cielos, nos recompensará”.
Nuestro buen Jesús nos anima a que hagamos el bien, no para que nos gloriemos de haberlo hecho, sino para que nuestras buenas obras glorifiquen a nuestro Padre celestial. La Gloria pertenece a Dios, no a nosotros. Y esto es siempre es verdad.