He escrito varios artículos sobre la alegría; pero este es el primero que escribo sobre la tristeza. Y el tema es importante pues, según Santo Tomás de Aquino, “es difícil, quizás imposible, progresar en el camino del amor a Dios si no se está alegre” (Comentario sobre la Epístola a los Colosenses, Capítulo 4, lección 1).
Hay cuatro tipos de tristeza: “la que se origina al contener los brotes de ira, y es consecuencia de un daño que alguien nos ha inferido o, también, de un deseo contrariado”.
La segunda clase de tristeza surge de una irracional ansiedad o abatimiento del espíritu (Casiano, Colaciones, 5).
Una tercera clase de tristeza es la que surge en el alma del hombre bueno al considerar las grandes desgracias que afligen a la humanidad, ya sean las causadas por los elementos naturales, ya a las debidas a la maldad o despreocupación de la humanidad. Está claro que se necesita tener un corazón de piedra para no sentir abatimiento al pensar en los males causados por los ciclones y terremotos; o las muertes de cientos de miles de niños inocentes causados por el aborto; o al meditar en los males del divorcio, de las uniones ilegítimas, las guerras, etc. A la vez de los males humanos que todo eso representan, están las gravísimas ofensas contra la Majestad de Dios.
La cuarta clase de tristeza es la que surge en el corazón del que ha pecado mortalmente. Esta tristeza es buena en sí, siempre que lleve a un sincero arrepentimiento y determinación determinada, que diría Santa Teresa de Ávila, de nunca más pecar.
Que nunca la tristeza se sobreponga a la alegría
Pues es tan importante no dejarse abatir por la tristeza, ya que no nos lleva a ninguna parte, y San Pablo nos aconseja “estar siempre alegres en el Señor” (ver Filipenses 4, 4), hemos de esforzarnos en superar toda clase de tristeza y vivir en espíritu sosegado y alegre. Las siguientes consideraciones nos ayudarán a conseguirlo:
1. Estar siempre en gracia de Dios y amarle con toda nuestra alma, espíritu y fuerzas (Marcos 12, 30). Nada hay tan grande como amar a Dios de ese modo y sentirse amado por El muy amado.
2. En vez de fijarnos tanto en el mal que hay en el mundo y que nosotros no podemos eliminar, miremos al mucho bien que hay a nuestro alrededor. ¡Cuántos millones de sacerdotes, monjas y religiosos que viven sólo para Dios y los hermanos! Y, ¡cuántas parejas que viven su unión de modo ejemplar y aún heroico!
3. Hagamos el mayor esfuerzo posible para que cada uno de nosotros seamos mejores cada día, y recemos por los otros. Lo demás dejémoslo en manos de Dios.