Ya he tocado este tema en bastantes de mis artículos, pero es tan importante para nuestra vida espiritual, que bueno será volver sobre el mismo.
Conocer, amar y servir a Dios
En el catecismo que yo estudié de pequeño, a la pregunta ‘¿Para qué estamos es este mundo?’, contestaba: ‘Para conocer, amar y servir a Dios’. Sabía la respuesta que todo teólogo aprobará.
Ahora bien, nuestro leal servicio a Dios no será posible si no tenemos un buen conocimiento de su Ser y de sus obras, especialmente las hechas en favor nuestro. Si no somos mal criados, de este conocimiento saldrá espontáneamente un amor profundo al Dios creado de cielo y tierra; y este amor profundo nos impulsará a servirle con entusiasmo.
Conocer a Dios
En tiempos antiguos, Dios se nos dio a conocer por medio de los profetas; llegada la plenitud de los tiempos, Dios Padre nos envió a su Hijo, Jesús (Hebreos 1, 1 y 2), que nos reveló, entre otras muchas otras cosas, la gran y consoladora verdad de que somos hijos de Dios (1 Juan 3, 1). Este conocimiento se completa con lo que la Iglesia, a través de sus Doctores, nos enseña. Creer en todo lo que el buen Jesús, los profetas, los apóstoles y la Iglesia nos enseñan y nos dan un buen conocimiento de Dios, bien que no completo ya que sólo lo será cuando le “veamos cara a cara” (1 Corintios 13, 12).
Amar a Dios
De este conocimiento teórico de Dios saldrá espontáneamente, si es que somos bien nacidos, y nuestro corazón no se ha endurecido por el pecado, un profundo amor a la Divina Majestad, nuestro bien supremo. Nada ni nadie podrá oponerse a ese amor, ni siquiera la muerte (Romanos 8, 25).
Servir a Dios
Este reconocimiento de que somos hijos de Dios y de que todo lo que somos y tenemos se lo debemos, en última instancia, a Él, nos impulsará a amarle, no solo sentimentalmente, sino de modo práctico, es decir, cumpliendo su voluntad en todo.
Para que este servicio a Dios le sea agradable ha de ser profundo, sincero y entusiasta. La Antigua copla o adagio español nos lo dice bellamente: Corazones partidos, yo no los quiero, pues cuando di el mío, lo di entero.
En el mundo, se tiene a gran gala el relacionarse y, mejor aún, el trabajar o servir a la nobleza: emperadores, reyes, marqueses o condes. Serles fieles en todo, se tiene a gran gala. Si trasladamos este pensamiento al plano sobrenatural, cuánto más sublime es el servicio total a Dios, creador de cielo y tierra. Verdaderamente, servir a Dios es reinar.