Recordar en una misma fiesta a todos los santos, que es celebrar la santidad como opción de vida, debe ser asumido como un momento de gran alegría. Nosotros sabemos cómo hemos de caminar hacia la meta final porque el mismo hijo de Dios nos lo enseñó; y no escatimó  esfuerzos, aun ofreciendo su propia vida, para que todos pudiésemos tener acceso a la eternidad, a la felicidad para siempre.

Para caminar, sabiendo que hemos de hacerlo con un estilo propio de los hijos de Dios, todos debemos repasar constantemente el llamado que se nos hizo y que nos conduce a lo que todos queremos aspirar: a la vida eterna, a la felicidad para siempre.

La Primera Lectura nos presenta, desde una visión muy particular, un canto de victoria de los que han superado las dificultades, pero a la misma vez nos manifiesta la gran misericordia de Dios. Su amor por todos lo lleva a protegerlos de la muerte mas no así del sufrimiento. Él nos dará la fuerza para crecer y avanzar. Su gran amor se manifiesta a una multitud que no se puede contar. “Los marcados son ciento cuarenta y cuatro mil (12X12X1000). El número 12 es símbolo de perfección, sobre todo en el mundo físico. El segundo 12 corresponde a las tribus de Israel, el pueblo de Dios. El número 1000 indica una multitud inmensa. Según esto, 144.000 significa la gran cantidad de elegidos, sólo conocida por Dios. El número, probablemente, no se refiera a judeo-cristianos, sino a todos los miembros de la Iglesia, el verdadero Israel”. Rafael Fleta – Dabar.

El Salmo responsorial es como una profesión de fe en el Dios de todo lo creado; en el Dios de la historia. Pero para presentarse ante el Señor se tendrá que ser “el hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos”. Las manos nos recuerdan la acción justa del hombre de bien y el corazón las intenciones buenas que han de habitar en el que sigue al Señor. Así habrá de ser el hombre que quiera acceder a la presencia del Creador.

En La Segunda Lectura se nos insiste tener una conciencia clara de que somos “hijos de Dios”. A eso hemos sido llamados y, caminando con esta identidad clara en nuestras vidas, aunque no seamos reconocidos porque el mundo camina de espaldas a Dios, no tenemos que claudicar ni desacelerar nuestro camino de vida hacia el cielo, sino que tenemos que vivir animados dejándonos guiar por la esperanza en Él y sabiendo que su plena manifestación está por llegar.

El Evangelio nos invita a contemplar el gran proyecto, al cual Jesús nos convoca a todos. Conocemos las bienaventuranzas y su anuncio esperanzador dentro de las dificultades con las que contamos a la hora de vivir el mensaje de Dios.

Jesús coloca frente a sus seguidores una propuesta de vivir con un corazón limpio, honesto, sensible, libre de miserias y egoísmos. Les convoca a recordar todas esas miserias que en cada momento recorren nuestras vidas y que nos alejan de lo que debemos ser en todo momento: hijos de Dios. Esa es nuestra identidad y debemos asumir con radicalidad. Pero insiste además en que este proceso tiene dificultades… llantos, injusticias, persecuciones, en fin todo lo que acontece a aquellos que buscan ser honestos y consecuentes con sus principios en nuestros tiempos y en todos los tiempos.
Hoy escuchamos una voz llena de esperanza que nos recuerda que la santidad es una convocatoria para todos. Hoy celebramos la vida de aquellos que lo hicieron de una manera hermosa y excepcional y que nos sirven de ejemplo para los que aún peregrinamos en esta vida.  Somos capaces de tener accesibilidad al reino de Dios porque somos hijos; y si hijos, herederos.  Pero pensamos en muchas ocasiones que es un título muy alto y que nos queda grande. Y habría que preguntar: ¿Por qué nos queda grande? ¿Por qué insistimos en que ese “titulo” es para héroes? No; me resisto a creer que no seamos capaces de asumirlo. Vamos a poner un ejemplo: el caso de nuestro beato Carlos Manuel. Él nunca pensó que no podía vivir la fe a plenitud teniendo su salud tan comprometida. Pero, no obstante, hizo lo que tenía que hacer con mucho esfuerzo pero poniendo en ello todo el corazón; y convirtió su limitación en su gran fortaleza, luchando siempre con gran entusiasmo para animar a tantos a vivir la fe en Cristo Jesús. En él se hace patente aquello de “dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra”. Hoy por tanto la propuesta es asumir el testimonio de tantos santos, inscritos en los anales de la Iglesia, y otra lista más larga aun de tantos hermanos que en silencio han vivido radicalmente su fe. Es la Fiesta de los Santos: ¡que viva la santidad!

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