Por más que nos parezca imposible, nuestra comunicación directa con Dios, Ser supremo, es posible, fácil y necesaria. Siga leyendo, querido lector, y verá que lo que le digo es verdad.
Dios Trino y Uno
Al hablar de Dios, podemos referirnos al Padre, Hijo y Espíritu Santo, o simplemente Dios.
Hablamos con Dios cuando rezamos o simplemente pensamos en Él. Si rezamos con devoción y escuchamos atentamente en el íntimo de nuestra alma, se establece el más hermoso de los diálogos. Este diálogo es posible porque Dios no está lejos de nosotros, sino que vive dentro de nosotros mismos (Juan 14,23). Morada misteriosa, pero siempre real, mientras el alma esté limpia de pecado mortal y ame de verdad a Dios. San Agustín nos dice que perdió mucho tiempo buscando a Dios por todas partes, cuando lo tenía dentro de sí mismo.
Dios y la Biblia
Cuando oramos con fe y atención, hablamos a Dios; y cuando leemos con atención y fe la Sagrada Biblia, Dios nos habla a nosotros. Esta lectura así hecha, termina siempre en amoroso diálogo con Dios nuestro Señor, al que deseamos complacer más y más.
Una advertencia, por si es necesaria: cuando le recomiendo, amado lector, la lectura frecuente y devota de la Sagrada Biblia, me refiero a la BIBLIA CATÓLICA, es decir, A LAS TRADUCCIONES DE LA MISMA APROBADAS POR LOS OBISPOS, que tienen a pie de página notas explicativas de los pasajes más difíciles –¡que son muchos! Hay buenas traducciones no católicas de la Biblia; pero ninguna de ellas ofrece explicación alguna de esos pasajes difíciles. Y la traducción y venta de la hecha por los Testigos de Jehová, está hecha maliciosamente mal, como hecha para probar sus errores.
Tanto las Biblias protestantes como la de los Testigos de Jehová no contienen los nueve libros deutecanónicos, de cuya autenticidad no podemos dudar, pues están incluidos en la traducción llamada “de los Setenta”, que fue la que usaron los autores del Nuevo Testamento. Esa es una de las grandes traiciones de los protestantes y evangélicos a la Biblia, palabra de Dios.
Los textos originales del Antiguo Testamento de la Biblia actual fueron escritos en hebreo; los del Nuevo, en griego. La mejor traducción que hoy tenemos es la “Biblia de Jerusalén”, así llamada por haber sido hecha en esa ciudad. Sus copiosas introducciones y sus miles de notas explicativas a pie de página ayudan al lector a comprender mejor el texto sagrado.
Lectura atenta y devota
La Biblia no es un libro de ciencia; por tanto, si queremos sacar provecho de su lectura, hemos de hacerlo de modo devoto y atento, pues Dios está hablándonos a nosotros.
San Juan Crisóstomo llama a la Biblia “Cartas escritas por Dios a los hombres”. San Jerónimo afirma que desconocer la Biblia es desconocer a Cristo. Y el Concilio Vaticano II “recomienda insistentemente a todos los files la lectura asidua de la Sagrada Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Filipenses 3, 8). Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues ‘a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras’” (Verbum Dei 25).