El Papa Francisco nos llevó de la mano en esa jornada de fe y esperanza que tuvo como escenario transparente a Cuba y a los Estados Unidos. Dos naciones que hasta hace poco tiempo mantenían cerradas sus cercanas fronteras y un embargo de muchos años dejaba huellas en la amplitud del corazón de los cubanos. Toda una experiencia vital que dividió a la isla en cercanías y lejanías, en presencia y ausencia.

Con su generosidad humana a flor de piel, su robusta personalidad y la verdad de Cristo como escudo se comunicó con palabras de alto calibre vivencial al mundo que anhelaba ver el rostro de Cuba, su fe vívida y la experiencia estadounidense en toda su pluralidad y modernidad.

Ese viaje, en armonía con los dos antecesores de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, recetó la medicina de Cristo Resucitado como verdadero antídoto contra el poderío y la fuerza, la increencia y el materialismo. En la Cuba del martirio lento y de la nación dividida, el Papa Francisco proclamó la libertad de Cristo, la reconciliación, que es bálsamo y hermandad. En los Estados Unidos, en donde la ola migratoria se extiende como grito y gemido, elevó a preocupación constante la verdad de la familia, la importancia de esta para apaciguar la soledad y cerrar el paso al individualismo y la locura de los vacíos existenciales.

Este periplo papal recoge el latir de una Iglesia que ampara al caído y al débil, al huérfano y al descartado. Ya no hay tiempo para mirar y dejar pasar, hacerse de la vista larga, decir bonitas palabras. Amar a Dios y al prójimo es esencial para que el mundo crea. Toda caridad pasa por el hombre redimido, hijo de Dios, proyecto único de hoy y de mañana.
La predicación de la Palabra de Dios conlleva una reserva espiritual traducida en voluntad de servicio para que el testimonio sea contundente y audaz. Los Sumos Pontífices, convencidos de que la justicia social es amplitud de fe, no cesan de ampliar el horizonte de los pueblos con la justicia sanadora, que es la forma más adecuada de la caridad. Ese peregrinaje inspirador y misterioso abre cauce a la función petrina, a la presencia del Espíritu Santo renovador.

Salir de Roma para establecer el reinado de Cristo y su colindancia es propiciar el olor a ovejas de aquellos que son pastores para sus pueblos. El Papa Francisco puntualiza la verdad del Evangelio, de las Bienaventuranzas que representan la carta constitucional del Cristiano. Hasta pronto, pescador de aguas de la fe, apóstol de Cristo.

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