Se ha convertido en cosa común estar prestos a arrimar la brasa a la sardina cuando se trata de condescender a favor de los demás. Los principios, los valores, son puestos en subasta pública cuando los míos o los allegados, se ven involucrados en un asunto vital o de poca monta. Fluyen argumentos como agua de torrente para cubrir la desnudez propiciada por tal o cual ocasión, mientras la verdad duerme el sueño de los justos.
En todo momento la honradez intelectual rodeada por la verdad es buena compañera, amplitud de un corazón ávido de luz. No es lícito deshojar palabras y aquietar las suspicacias mientras que se agrupan en la convivencia diaria. Obrar mal, salirse con la suya, desafiar la lógica, son entrampamientos y escondites de una vida adornada por los recursos mentales de las excusas y justificaciones ad hoc.
Una educación en que la verdad es considerada como atolladero es píldora amarga, eslabón para la confusión y el engaño. El intelecto exige el argumento veraz y no se contenta con una pequeña dosis de frivolidades a la carta. Querer mantener el apoyo de las personas, aún a costas del engaño, es entrar en un camino minado, en una componenda que tarde o temprano pierde su figura y su fisonomía.
Sin duda la tolerancia es una virtud, pero no puede pasar su autonomía propia invadiendo el campo de la objetividad porque se convierte en residuo tóxico. Una amplitud moral que soslaya la apetencia de aplausos y halagos, configurará en caudal de buenas obras, de deleite en lo justo y lo bueno. La domesticación de la mente para escuchar la ruta de las falacias y engaños trae como consecuencia el desequilibrio ético, la perversión como estilo de vida.
El rompimiento de la verdad trae como consecuencia la corrupción, la desorientación de los ideales y los caprichos que rigen la vida comunitaria. De nada vale prepararse académicamente si fallan los cimientos de la honradez mental, pensamiento claro y la prudencia. Dejarse alumbrar por la luz, que viene de lo alto, redundará en claridad para todos, en una concordancia con lo justo y lo auténtico.
Más tolerancia nos lleva a valorar a los demás dándole su ración de persona con sus prerrogativas. Es una forma de acercamiento prudente sin caer en el agobio de supremacía y de dominio. Más verdad equivale a separar la luz de las sombras y a mostrar la ruta adecuada y conveniente. Lo importante es no caer en los abismos de los desmanes organizados.