El aislamiento mantiene su hegemonía en todos los ambientes. No hay lugar, ni ámbito social en que el individualismo no se haya tragado al colectivo, haciendo mella en el carácter y manera de comunicarse con la familia y los vecinos. El dicho: “es mejor estar solos que mal acompañados” retumba como un menosprecio casi instintivo, como un cansancio ante la presencia de otras personas.

Aunque se viva en familia, las relaciones son tan nimias y efímeras, que cada cual en su sitio puede ser la norma no escrita. La atracción más significativa viene de la técnica, del celular y sus variantes. Ese nuevo formato de comunicación ha adquirido un deleite tan abrasivo que los buenos días, o ¿cómo están? parecen frases lapidarias, una especie de lejanía que no palpita en la sicología de los nuevos años.

Ese desplazamiento del toque de la presencia de los demás, gravita en los afectos, los sentimientos, los buenos modales. El amor, esencia divina, no circula a través de cables, ni de la complejidad síquica, sino de la fervorosa adhesión a las personas, especialmente a los más necesitados y carentes de luz. Estar para el otro que comparte la vida tiene sentido de mano extendida para ayudar, para entender la fervorosa convicción de hacer el bien al pobre y al necesitado.

Dejar la vida a merced de soliloquios y tartamudeos emotivos es resbalar sobre la bella armonía del conglomerado, de la familia, de los amigos. Mientras el ímpetu social que nos rige desde adentro esté vivo, se requiere una convivencia adecuada con matices de preocupación y cercanía. De nada vale prescindir del nido familiar y pernoctar en paraísos anímicos, especie de refugios con ventanas clausuradas.

La salud mental y la física claman por un acomodo razonable dentro de un nosotros que sea faro para los días de tinieblas y pesadumbres.  Quedarse a medio camino a acampar en la individualidad es permitir el agobio de los sentidos y la intransigencia.

Es oportuno ampliar rutas de convivencia y así renunciar a la marginación y a la soledad que desorientan y obstaculizan el paso a un crecimiento en el espíritu. Solo abriendo caudales de amor podremos salir de estos atolladeros que debilitan la hermandad y la amistad.

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here