Al reflexionar sobre el relato de las bodas de Caná se me ocurre pensar lo importante que es vivir junto a Jesús, porque él nos enseña a disfrutar los momentos hermoso que tiene la vida sobre todo el compartir las alegrías de los amigos y amigas.
Los primeros discípulos disfrutaron de la presencia de Jesús, su amigo, y lo hicieron participando de la alegría de los demás, en este caso, de unos esposos que inauguraban ilusiones y vida en común. Esto lo hicieron aún antes de convertirse en creyentes: antes de llegar a la fe. Ellos compartieron la alegría de sentirse amigos de los amigos de Jesús, en el Evangelio de hoy la alegría de unos recién casados.
Un verdadero discípulo de Jesús es sensible ante el amor humano de los otros. Participa en las alegrías de los demás, comparte sus ilusiones, aunque sea sufriendo ante sus necesidades y sus carencias, porque este también es un camino para creer en Jesús. El discípulo no debe volverse ajeno a las alegrías y a la vida de los demás, no debe encerrarse sino abrirse. Aprender de Jesús como hay que compartir la vida.
Descubrir a Jesús en la vida normal, la nuestra y la de nuestro prójimo, la personal y la comunitaria nos abren horizontes nuevos de servicio y de esperanza. No olvidemos que fue en una boda, donde los discípulos se hicieron creyentes: recordarlo nos ayuda a entender que quien no aceptó la invitación de Jesús y no le acompañó en el banquete, no presenció el milagro de su maestro ni lo convirtió en Señor de su vida.
Si te dejas invitar por Jesús y participas junto con él en los acontecimientos felices de la vida de los demás, presenciará el milagro, te convertirás en uno de sus discípulos y el será para ti, tu maestro y tu Señor. ¿Te animas a intentarlo?