Hablaba en el artículo anterior de la situación que enfrentan estos casados, cuando vienen a la nueva relación los hijos del otro lado. He aquí algunas sugerencias a tener en cuenta en estos conflictos:

1. Durante el noviazgo concierta acuerdos claros, incluso escritos, de qué te tocará a ti y qué no. Recuerda: la responsabilidad por esos hijos es del progenitor; tú la (lo) ayudas en esa carga por el amor que le tienes.

2. Para preveer abusos en los bienes, se podría pensar en las conocidas “capitulaciones matrimoniales”, (tan poco aconsejables en situaciones normales), disponiendo la separación de todos los bienes que puedan adquirirse durante el nuevo matrimonio, o haciendo constar que los frutos de los bienes privativos, pólizas de seguro, etc. permanecerán tales.

2. Que si los hijos anteriores viven en el nuevo hogar, los acuerdos que afectan a estos hijos se tomen por ambos cónyuges, como un bloque, sin que se quite la autoridad al que no es padre.

3. Que si estos acuerdos no se pueden tomar, el cónyuge no-padre renuncie explícitamente a tomar decisiones sobre el hijo. Es una renuncia por bien de paz y, desde luego, sin comprometer ante el hijo el puesto del cónyuge como el hombre o la mujer de la casa. De no poder acordarse esto, la disyuntiva que se le presentará al cónyuge es si se queda con el hijo o con su esposo/a. En un caso así para nosotros la solución es clara: el amor conyugal precede al filial. Ciertamente, los dolores serán inevitables, lo que nos hace pensar si una nueva unión fue solución verdadera y para quién.

En este segundo matrimonio no es único el problema de cómo bregar con los hijos del otro cónyuge. Entran en juego otras situaciones. Alerta, por ejemplo, a que la ausencia del cónyuge difunto no perdure como un recuerdo obsesivo que, a lo más, ve en el nuevo cónyuge las notas del fallecido. Carol Burnett en uno de sus antiguos sketches cómicos lo dramatiza. Hasta el ridículo de crear en el nuevo cónyuge una especie de clon del antiguo, en su ropa, en su rostro.

Otra situación a tener en cuenta es el peligro de arrastrar a la nueva relación los traumas y dolores de la anterior. Sería el marido engañado que, al menor posible indicio, ya está celoso sospechando un nuevo engaño. O la mujer, que fijó su concepto de lo que es un varón, en la experiencia de lo sufrido con el anterior. Es, en suma, dejar entrar en lo nuevo las peleas o tributaciones de lo antiguo. Ya decía el Señor que “a vino nuevo odres nuevos; vino viejo en odres viejos”.

El dolor religioso de algunos de estos segundos matrimonios puede ser la culpabilidad por estar en una relación ilícita. Si el anterior marimono fue sacramental, el compromiso hacia aquel dura hasta que la muerte los separe. No es fácil la solución canónica: quédate solo/a, fiel al compromiso de fidelidad que entonces aceptaste. La gracia hace maravillas, pero no es solución muy a la mano. Desde luego, si hay posibilidad de causal, para buscar una anulación eclesiástica, sería bueno hacer el esfuerzo, que tampoco es tan asequible. Si dentro de tu conciencia piensas que sí, que ante Dios aquel compromiso no fue perpetuo, hay una posibilidad de solución de conciencia. De todos modos, si no puedes cruzar el río, porque no hay barca, quédale en la orilla. No salgas corriendo a vivir tu fe en un grupo protestante. Quién sabe si el Señor te depare una solución inesperada. De todos modos, vive con toda plenitud posible tu unión a la comunidad, tu práctica de los valores cristianos: oración, meditar la Palabra, crecer en la práctica de los valores cristianos: misericordia, caridad, limosna. Al final, quien pronuncia la última sentencia es el Señor, que lee lo que hay en los corazones.

P. Jorge Ambert, SJ.
Para El Visitante

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