Me llamó mucho la atención este comentario que he leído del P. Marcos Sánchez y lo comparto con ustedes…
“Los compueblanos de Jesús están esperando al profeta que se crió entre ellos. Jesús es recibido con bombos y platillos. Una gran fiesta se avecina. ¡Israel tiene un profeta que es originario de Nazaret! Pero nada sucede así.
Al principio suscita admiración entre los suyos. “Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él”, “Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras que salían de su boca”. Pero luego la duda adquiere el lugar de la fe. Pudo más la costumbre de lo compartido, pudo más el recuerdo de aquél que, como niño, jugaría en la plaza con todos los demás, pudo más el encasillamiento que ellos tenían de Jesús, que la fe que el Señor pedía para ayudarles.
Cuando la duda asalta y gana el corazón de los hombres surgen preguntas como esta: ¿No es este el hijo de José? Muchas veces pasa lo mismo en nuestras comunidades. Cuando alguien se convierte preferimos mirar su vida pasada y no su cambio, su nuevo ser. Sigue presente esa pregunta: ¿No es este el hijo de José?, ¿no era este aquel borrachito que conocimos? ¿No era esta la mujer murmuradora y criticona que vivía a la vuelta de nuestra casa? Como los nazarenos seguimos juzgando a todos por lo que hicieron y no por lo que hacen.
Ellos, no pudieron dejar de ver en Jesús al muchacho que fue haciéndose hombre en su ciudad, no podían dejar de verlo como un igual entre ellos. También nos pasa eso, para creer en alguien pareciera que tendría que venir de fuera. Si es un extraño su mensaje nos llega inmediatamente; si es un conocido o de la familia, es como si el corazón se nos volviese de piedra. Por eso Jesús insiste: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”.
El Señor es absolutamente consciente de que la fuerza de la costumbre ha vencido a la expectativa de la fe, de que los prejuicios se han instalado en el lugar que debería tener una mente despejada y un corazón receptivo. ¡Así, ningún milagro puede hacerse! Es que para CREER necesitamos descargar nuestro corazón de toda cosa aprendida, de todo prejuicio formado, de todo preconcepto sobre lo que va a suceder”.