Los gobiernos democráticos hablan de transparencia con razón, pues el gobierno está puesto por el pueblo como su criado, y el criado debe dar cuenta de lo que realiza. La vida pública debe ser cada vez más pública. Y en el matrimonio, en esta sociedad especial, iniciada por el amor, no por conveniencias o provechos, más todavía. En otras palabras, la transparencia debe ser total. Nunca mentir, nunca tapar. El Catecismo aclara: decir sí o no, como Cristo nos enseña. La pareja desnuda frente a frente es el mejor símbolo de esta exigida transparencia.
En el mundo te dicen “no te dobles que se te ve”, porque si descubres tus debilidades, otros se aprovechan para tu daño. En esta relación tan especial el mensaje es ‘dóblate para que se te vea’.
El mensaje es claro. Si estamos llamados a hacer de dos una nueva carne, una nueva realidad, no puede haber nada tapado, y mucho menos mentira. Hay cosas de las que no hablo, porque no me las preguntas, ni vienen al caso, y no es mentira. Mentira es afirmar lo que uno mismo sabe que es totalmente contrario a la realidad. “No estuve en ese bar”, y sabes que si estuviste. Mentiroso.
Mentir en la relación es grave error, siquiera porque en algún momento sabrán que mentiste y entonces llevas dos strikes en tu contra: hiciste lo malo, y peor, eres un mentiroso. Satanás es el padre de la mentira, y Dios es el Padre de la luz, la diafanidad. La mentira resultará en que no confíen en ti, en que se te vea como en enemigo. La desconfianza será entonces una lacra en la relación. Y será triste que el nefasto chiste de que ‘el matrimonio es la única guerra en que se duerme con el enemigo” se convierta en amarga realidad. No creo que sea agradable estar compartiendo con alguien que ya tu sabes te espía para denunciarte, o espera el momento propicio para darte la puñalada.
Un sensato sacerdote, rector de seminario, el lugar donde se van formando y se califica a los futuros sacerdotes, me compartía: “Si el joven tiene problemas académicos, bregamos si se aplica con lo que puede; si tiene problemas afectivos, animamos su capacidad de renuncia; si es un calamar, mentiroso, desconfiado, lo boto: no sirve para sacerdote. No quiero sacerdotes mentirosos”.
El mensaje se torna muy sensible cuando uno de los dos ha caído en un adulterio. Es normal que la persona herida quiera saber cómo pasó, cuándo, etc. Tantos detalles lo que logran es abrir más la herida, precisamente cuando se estaba sanando. Es bueno una charla en que se diga todo lo que la otra persona quiera hablar, pero luego se le pida, “y de ahora en adelante, o perdonas de paquete, con lo que ya sabes o no sabes, o no podremos sanarnos y seguir adelante”. Claro, mentir en ese momento sería finiquitar el proceso.
Tampoco convirtamos la relación en un continuo cuestionamiento. Los que por su profesión guardan confidencias de sus pacientes, no pueden ser cuestionados ni por su cónyuge. A lo más si hay dudas en el comportamiento de lo que está fuera de esa órbita. Es la famosa ley HIPAA. Recordar que somos hijos de la luz y llamados a poner la vela sobre el celemín. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante