Es usual echar en saco roto todo lo aprendido y buscar nuevas formas sofisticadas de vivencias del misterio. El proceso de devastación que viene ocurriendo día a día, marchita la fe y pone trabas a lo establecido por la Iglesia. Hay una mentalidad que se nutre de las expectativas del tener, de la religión “light” y de un convencimiento débil de la doctrina de Cristo.
Es imperativo que durante el tiempo cuaresmal se haga un inventario de todo aquello que cae bajo el dominio de una fe liberadora. Se debe buscar el deleite de lo santo sin huir de la realidad incandescente. A Dios nadie lo ha visto jamás, solo su hijo Jesucristo nos lo ha presentado. “El que me ve a mí, ve al Padre”, Dios hecho hombre, verdad que enarbolamos durante el tiempo de Navidad.

Ya todo lo bueno, humano y libertario está asequible en Jesús, el Hombre para los demás. Y es su Palabra la que cala hasta los huesos porque pasa juicio sobre el hombre y la mujer que viven y mueren. Acoplar la vida propia a la de Cristo es tarea de toda la vida, agenda que se alza como una lealtad a la voluntad divina.
Sin un convencimiento de fe que subraye toda la existencia no se puede transformar el mundo y así establecer las consignas cristianas con el fin de establecer la mesura para no errar. Es fácil caer en el abismo si valoramos la tierra desde el racionalismo o el individualismo. Los creyentes enarbolan la bandera de la resurrección y afirman el dominio de Cristo sobre toda circunstancia y realidad.

El Evangelio que aprendimos no puede ser adulterado, ni vandalizado por querer darle cariz de modernidad. Las verdades expresadas no tienen límite de fecha y transcienden un periodo definido. No es adecuar la verdad revelada a las exigencias de una época, sino salir al encuentro de los caídos con el corazón en la mano, misericordiando a toda realidad, ofreciendo la salvación al ser humano caído.

Siempre es justo y necesario mantener los valores encendidos, vivir el misterio, dejar que el Espíritu Santo nos explique la verdad de Cristo. Dentro del ámbito del peregrino se abre un coloquio con el que conduce esta caminata de cansancio personal y libertad de amor y esperanza.

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