En medio de la crisis sanitaria surge el feo rostro del mal y sus aliados que nunca faltan. “El mal como león rugiente “afirma la palabra de Dios. Cuando se trata del tintineo de las monedas, no hay límites, ni ética que amortigüe el afán lucrativo. Una vez que el dios dinero reúne a sus asiduos y fervorosos seguidores, no hay óbice, ni puerta cerrada que no se pueda franquear.
Ese estilo frívolo y apetitoso es parte de la lección codificada por los listos que recurren a artimañas, tretas, amiguismos, para dar el tumbe organizado desde cuartos obscuros. Con esas hordas de intrépidos actores el festín económico deja sepultado a la pandemia, coloca en un sitial de importancia el lucro y la ventajería como estandarte que comunica beneficio propio versus los del pueblo.
La democracia, gobierno de todos, queda sometida a la ficción cada vez que la corrupción, mal de nuestros días, es mordida por los avezados comerciantes de los bienes públicos. Ese afán por la tajada económica mengua la credibilidad de las instituciones y pone en riesgo el voto de los ciudadanos como acto indispensables en los comicios generales.
En estos días de pobreza universal, en súplica de bienes públicos bien distribuidos, todo intento de llenar los bolsillos particulares debe ser considerado como pecado de lesa humanidad, una bofeteada moral al pueblo. No es de humanos sacar provecho en medio de un dolor universal que tiene al planeta de rodillas implorando piedad y misericordia.
Es lamentable que en medio de esfuerzos laudables haya que perder tiempo para encarar el mal que tiene su maña y sus procedimientos. Se pierde un tiempo precioso en atacar la pandemia a causa de tener que dar explicaciones al margen, sin que la verdad aflore con toda su fuerza. El pueblo está atónito ante el feo espectáculo y se acoge a la actitud más conveniente: “hacer lo mejor que pueda”.
Resulta insólito que el imperativo de “todos a una” surja el suma y resta como actitud vociferante. Se pensaba que el bien estaba rondando, que el corazón de todos era una avalancha de misericordia y ayuda mutua. La actitud egoísta y revanchista opaca toda gestión para salir airosos de esta travesía por mares profundos.
Es apremiante mantener el optimismo y luchar por un Puerto Rico inmune a la avaricia y al egoísmo. Es hora de poner un toque de queda para evitar el beneficio propio y forjar un convencimiento de pureza de conciencia para que el virus no se haga huésped eterno de la precaria condición.
Por Padre Efraín Zabala Torres, editor
El Visitante de Puerto Rico