El 16 de noviembre volvemos en peregrinación al templo parroquial de San Juan Bautista de Maricao para celebrar el octavo aniversario de la llamada a la casa del Padre de nuestro recordado P. Ortiz. Estamos en el proceso de recopilar toda información posible de su vida y trayectoria humana y sacerdotal. Con el aval de la Conferencia Episcopal Puertorriqueña nuestro Obispo Mons. Álvaro Corrada Del Río S. J. ha pedido a La Congregación de la Causa de los Santos en la Sede Apostólica la autorización para dar inicio al proceso conducente a su beatificación.
En el mes de diciembre próximo, concretamente el 8 del citado mes, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, se inicia el Jubileo de la Misericordia. El Papa ha dispuesto que grandes testigos de la misericordia sean patronos de este Jubileo, entre ellos, San Pío de Pietrelcina. Este fue un insigne confesor que arrebató del dominio del pecado a muchos hombres y mujeres a lo largo de su vida. Estuvo disponible durante largas horas cada día, para celebrar el Sacramento de la Misericordia. Reconciliaba en la confesión al alma cargada de miserias con el Dios Padre, siempre presto a perdonar.
Quienes conocimos y compartimos con Mons. Ortiz descubrimos en él a un apóstol de la misericordia infinita de Dios. Fue un sacerdote siempre disponible para reconciliar al ser humano herido por el pecado con el Dios que sana por su perdón y amor misericordioso. Muchos fieles, de todo lugar y condición, buscaban su consejo, consuelo y el perdón sanador en el sacramento de la misericordia. Fui testigo al convivir con él durante varios años de su disponibilidad permanente, no importaba la hora ni las circunstancias.
Algunas veces me vi obligado a despertarle en la noche porque algún fiel quería hablar solo con él, y con el ánimo y la alegría que le caracterizaba atendía a quien fuese. Le pedía disculpas por despertarle después de estar dormido y siempre su respuesta fue que nunca dejara de llamarle si alguien le buscaba.
Su disposición estaba unida a la exigencia de que el penitente tuviese un auténtico arrepentimiento y propósito de enmienda. Sin dejar de ser atento, misericordioso y afable, tuvo una fidelidad exquisita a lo que suponía acercarse a la confesión sacramental. Tal vez por ello en alguna ocasión personas que solían confesarse con él, dejaban ocasionalmente de hacerlo. Recuerdo una anécdota simpática de aquellos años compartidos, acerca de un hombre mayor, que acudía regularmente a tener consejo, dirección y confesión con P. Ortiz. Cuando le vi llegar, le dije: “Ahora le llamo a Mons. para que le atienda”. Y me respondió secamente: “No, hoy no me confieso con santos, prefiero hacerlo con pecadores como yo. Hoy me confieso con usted”. Además de provocarme risa y convertir el incidente en uno jocoso, entendí que alguna reprimenda habría recibido en su último encuentro. Si algo ciertamente disgustaba a P. Ortiz era la falta de compromiso y seriedad al recibir un sacramento.
(Padre Edgardo Acosta)