Las enfermedades mentales van a todo galope y arruinan la convivencia, dejando un saldo de muerte y desolación. Tal parece que se ha despojado la mente de todo residuo razonable para acoger cualquier idea frágil y convertirla en lucidez del pensamiento. Al apartarse de la fe en Dios y del anhelo de vivir amparados en la verdad, se cae en rebuscamientos carentes de luz y de sentido real.

Ese estilo picaflor que se observa en aquellos que han dado un sí a Dios y a la vida, es característico de una decadencia en el proceso de discernir lo bueno y lo justo. No ser contantes en el bien y dejar sin terminar la obra emprendida, refleja un desequilibrio enfermizo. El convertir la realidad en ilusionismo, en paréntesis de ficción, deja ambivalencia y confusión entre lo real y vivo de la existencia.

La descomposición familiar ha agrietado la mente de tal manera que la listeria se proyecta como un valor. Se piensa en los demás en proporción a cuánto gane o tenga para la ventajería organizada. Esas maniobras mentales rigen a los miembros de la familia y siembra la tensión y el miedo ante el hoy y el mañana.

Con una mente enredada en la turbulencia de los sentidos no se puede arraizar en los cauces que cobijan los sanos propósitos. Esos argumentos que se esgrimen desde el fanatismo agobiante, de la ignorancia crasa y desde el simplismo, representan un aislamiento de la realidad, un desenfreno desquiciador.
Son muchos niños los que colman las filas para ingresar en una institución sanitaria que ponga orden en sus delirios, angustias y ansiedades. A temprana edad esos retoños vivan un ambiente de contradicciones, luchas, divisiones. Dada su inocencia no pueden resistir las relaciones tóxicas que se convierten en el pan de cada día. Ya sus corazones se enfrentan al odio, a la discusión, o la palabra hiriente.

Se ve por doquier las estrategias económicas que apelan al derroche y a la vida hueca, falta de valores y principios. Sin disciplina, amor y misericordia, se cae fácilmente en los abismos de la vida. Corregir esa decadencia de vida y esperanza es labor y responsabilidad de todos.

Crecer en lo bueno, en la verdad, en la justicia traerá un sosiego de paz. La mente requiere del manjar de la verdad para que no se convierta en vaciedad de vaciedades.

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