El mundo, el demonio y la carne, denominados como enemigos del alma, dan la tónica en estos días de duros embates y desafíos. La venta de la droga, suplidores y “pushers” se quedan con el escenario global inquietando la vida rutinaria y presentando túneles y procedimientos de alto contenido inquisitorial. Ante la avalancha de estrategias y destrezas jamás soñadas, el mundo se convierte en pigmeo, en indefenso a merced de los listos de los carteles universales.
El escenario con ramificaciones internacionales deja muerte y destrucción a su paso. Se mancha de sangre la tierra, se esclavizan personas, se maltratan inocentes. El mal no duerme y aplasta con sus botas repletas de astucia y mañas. Nadie escapa de esos tentáculos que ofrecen miel y felicidad a manos llenas. Es fácil ser víctima cuando los tesoros de la tierra y la felicidad como logro instantáneo dominan la mente y el corazón de esta generación.
La transformación de la verdad en residuo de otras épocas y el cristianismo vivido como antifaz para algunas ocasiones, han dado pie a la proliferación de abastos de substancias aligerantes de un entusiasmo marchito. Se ambiciona convertir este “valle de lágrimas” en paraíso, en estadía placentera, en sosiego de día y de noche. Esta metamorfosis penetra en la mentalidad frágil, en el anhelo de una lotería que cobija el cuerpo y alma.
El cristiano, a través del bautismo, se injerta a Cristo y su luminosidad provee una incandescencia del corazón para reconstruir el mundo. Esto se logra a través de la fe, de la inconfundible voluntad de servicios, de cumplir con la voluntad de Dios. El esmero y la convicción de amar y servir al prójimo son alas para el milagro, para hacer túneles serviciales por donde se transporten alimentos y medicinas para los pobres y desamparados.
El mundo con su agenda particular nos da la clave para orientarnos hacia proyectos comunes y surcar la existencia con la misericordia en la mano y el corazón. Quedarse viendo el espectáculo de los ingeniosos más sagaces es perpetuar una vida de martirio y confusión, sin el estruendo glorioso del bien.
Pensar en las exigencias bautismales nos ayudará a establecer la colindancia cristiana y actuar en consecuencia.