La virtud de María La Virgen, sobresale por ser llena de gracia, una auténtica esclava del Señor.  Toda su vida, en suave plegaria, sostenida en la voluntad de Dios, se convirtió en plegaria viva, en relatora oficial de las grandezas del Señor.  Esa intimidad con su Hijo amado, la vistió de anfitriona de las fiestas del amén agradecido, de una alegría que es vino nuevo, néctar de las bodegas añejas del misericordioso por excelencia.

Es que la Virgen María acuñó para Puerto Rico una medalla con su imagen que se ha quedado grabada en el corazón de los boricuas que han colmado su altar de flores isleñas. Colores, olores, pétalos, jazmines y rosas dejaban una estela de luz al paso hacia el altar.  Con gestos de agradecidos, se desgranaban las avemarías. La piedad imponía decoro, silencio, súplica.

Esa forma de agradar a María tenía amplitud comunitaria.  Todos nos sentíamos hermanos, como adheridos a tan gran tierno corazón.  Por eso ella era ruta exacta a Cristo, privilegiada al recomendar a sus hijos al suyo, espléndida en dotarles de esperanza, de bendiciones con su cruz y su amor reverente.

Estamos orientados hacia María porque se mantuvo en estricta meditación de la Palabra de Dios y se convirtió en la primera cristiana y no dudó en dar un sí genuino, una entrega sin mirar atrás. Su estatura de creyente le hizo reflejarse en el misterio del Señor Jesús y así beber el cáliz sin poner reparos, dejándose sanar por los gestos curativos que eran poder y gracia.

La Virgen Madre vino en nuestra ayuda en el día del miedo y el espanto.  Esas horas escalofriantes rasgaron la increencia y el Ave María, súplica de la infancia, hizo su consigna y su contenido. Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén, rompió en el aire y se convirtió en antídoto contra los miedos que rondaban en esa noche de larga espera….

Ante la festividad de María, Madre de la Providencia, Nuestra Señora, la más pura y bella, camina con nosotros esta jornada de esperanza y robustecimiento de nuestro pueblo.  Todo está en las manos de Dios. María cede todo a Cristo, pues se torna en pedagoga de las sutiles palabras, de la mística que baja por al alma y llega al corazón.

Madre de la Providencia, tus hijos los boricuas, vamos de tu mano para que nos presentes a tu Hijo amado. Solos nos faltarían las fuerzas y se echaria de menos un retrato en que todos abramos el corazón a Cristo.

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