Todos los mandamientos están resumidos en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Pero, para los discípulos de Jesús, se reducen a uno solo. Los cristianos deben amarse unos a otros como Jesús los ama.
El mandamiento del amor en el Antiguo Testamento provenía de la santidad de Dios. El amor y la santidad son dos aspectos del único Dios verdadero. Su nombre es santo y así lo manifiesta con la compasión y la misericordia, que quiere compartir con su pueblo.
En el precepto del amor, Dios da unas normas concretas para la familia. No se odiará al hermano porque es parte de la familia. Como consecuencia, entre los miembros de una comunidad, familia, Iglesia o sociedad, debe existir la caridad. Por tanto, no se vengará ni guardará rencor a los parientes. Hoy, las mayores trifulcas se dan entre miembros de una misma familia, distanciados por alguna causa, muchas veces insignificante.
Al mismo tiempo, Dios exige no ser tolerantes con el pecado. Manda reprender al pariente, para no cargar con su falta. Hoy, en muchos países, este deber es coartado por las leyes civiles. No se permite a los cristianos proclamar que el aborto, la eutanasia y las relaciones sexuales desviadas son intrínsecamente desordenadas. Dicen que la condena de estas abominaciones es un discurso de odio. Pero en realidad es una violación del Estado no permitir que la Iglesia proclame su mensaje argumentando la tolerancia que debe existir en una sociedad pluralista. Los verdaderos crímenes de odio son matar a un niño por nacer o librarse de un anciano que no se quiere atender.
Amar a los enemigos
Para practicar el amor hay dos reglas de oro. La primera es tratar a los demás como uno quiere ser tratado. La segunda es no hacer a los demás lo que a uno no le gusta que le hagan. El mandamiento del amor brota de Dios, que es santo en el amor, y que creó al ser humano a su imagen y semejanza.
Con la encarnación del Hijo de Dios, los seres humanos están llamados a imitarle en el amor. Él muestra su amor paternal en su Hijo Jesús. Por lo tanto los cristianos deben amar, imitando el ejemplo del Padre y del Hijo.
El amor, mandado por Jesús, no se limita a hacer el bien a los amigos y familiares; ese amor debe llegar también a los enemigos. Así, en ese amor, los cristianos se parecerían al Padre Dios.
Santidad en la familia
Muchas personas se acercan a la Iglesia buscando santidad y amor en los allí reunidos. Muchos se frustran porque no encuentran lo que desean o tan solo ven hipócritas que escuchan y conocen un mensaje que luego no lo ponen en práctica. Pero la Iglesia no es para buscar santidad y el amor en los demás, sino para que cada uno luche por santificarse en el amor. El bautizado llega a la Iglesia para crecer en el amor y a la vez ayudar a que otros se santifiquen por la unión con Cristo.
La familia es el primer lugar del amor humano, tanto en la Iglesia como en la sociedad, como también de la caridad cristiana. El deber básico del casado es tener una familia santa y unida en el amor. El cristiano que no se esfuerza en vivir el amor en su propia familia, no puede irradiarlo en el mundo.
(P. Ángel M. Santos Santos)
VII Domingo Ordinario – Ciclo A
Lecturas para hoy
Levítico 19, 1-2, 17-18.
Dios, por medio de Moisés, exhorta a su pueblo que sea santo como Él. Su Dios es Santo. Para vivir en santidad manda a amar al prójimo como a uno mismo.
Salmo 102, 1-4- 8 y 10; 12-13.
El salmo es una alabanza al amor de Dios. El Señor es compasivo y misericordioso porque es santo. La santidad de Dios se muestra por su compasión y misericordia.
I Corintios 3, 16-23.
El templo de Dios es santo. El templo de Dios, la Iglesia, la familia de los bautizados, llamados a ser santos en el amor.
Mateo 5, 38-48.
El Señor exhorta a dominar el odio con el amor, el mal con el bien. Por eso manda a amar también a los enemigos. Al enemigo se le vence convirtiéndolo en amigo.