Ha pedido el Papa Francisco que adoptemos íntegramente la lógica de Dios, que es la de la misericordia. Esta encomienda para el año de la misericordia debe repercutir en un mundo carente de reservas de amor que fluyan desde el corazón. “Hay razones de la mente que el corazón no entiende” ha dicho el pensador con gran acierto y sencillez.

La cercanía al corazón de Cristo, vía de acceso a lo bueno, lo justo y lo bello, doblega el odio, la tiranía, la muerte. La fertilidad de la gracia divina nutre la precariedad del hombre que retuerce su ser en arbitrarios pensamientos y estilos que chocan con el amor vertido sobre la humanidad.

Todo ímpetu de dominio arrastra una contraseña: el poder y este acentúa un egoísmo desbordante que sumerge en la injusticia. Sin la autenticidad del corazón de Cristo nos distraemos en forma externa de consuelos materiales y obviamos la alegría que brota de cumplir con la voluntad de Dios al aceptar la vida en su perplejidad y su éxtasis.

La virtud de la misericordia entrelaza el amor cristiano con los sufridos a la vera de camino, que no son meros suplicantes, sino otros Cristos que se prolongan en el sendero de la vida. Bajar hasta esa colindancia es clamor eclesial y solicitud evangélica que son puntales para este año de gran sentido fraternal.

Sin un corazón misericordioso se cae en la rutina de la palabra sofisticada o del gesto vacío. Entonces se evidencia una Iglesia introvertida, a orillas de un mundo del gesto vacío. La parábola del Buen Samaritano es bandera enarbolada en este año de sanación, bendición, iluminación.

La mirada del cristiano no puede ser “mirar y dejar pasar” sino develar su corazón en sana disposición para realzar la misericordia de Dios. La disposición de hacer el bien es consigna básica, actitud esencial en la vivencia del misterio. Ya todo pasa por el hombre y la mujer de carne y hueso, que esperan una porción de amor en sus vidas.

Se abre un año de luz misericordiosa que será alivio y amor para la Iglesia y el mundo entero. El corazón de Cristo queda como hoguera inextinguible.

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