La conciencia cristiana retorna a una convicción perenne de que la interioridad suspira por la esperanza encarnada. Esa nostalgia por lo bello y lo justo se alarga por el tiempo de Adviento. Esperar la gran noticia de salvación, mirar hacia distancias cargadas de luz, implica un diálogo que estremece por la humilde presencia de aquel que no duda en hacerse como nosotros, que se ofrece como interlocutor siempre en entendidos de amor.

Entrelazar la virtud con las mieles en proceso de dulzura es plasmar la indiscutible inocencia que nos habla por lo bajo en las noches de la inquietud del alma. La añoranza de un mundo mejor tiene suspiro en el Belén que visualizamos en este tiempo de oportunas apuestas. Llegará Emmanuel, romperá nuestras cadenas. . .

Los desvelos del corazón se agrupan en el día de la amnistía, de la libertad como capullo que comienza a abrirse al toque con la pobreza con alas. Lo poco y lo mínimo son abundantes deleites que el Niño Dios acogió en su vocación de rescatador de aficionados al dineros y a la materia. Desafiar al mundo y sus vanidades es una prueba de fuego, un reto al poderío a su agenda atrayente.

No hay que caer en los refugios instalados para quedarse a medio camino y no ver al Santo que trae la Buena Nueva. La cordial llamada a entregar el pasaporte vacilante de las promesas hechas por Dios para recibir su auténtico retrato siempre gratuito; un alarde de plenitud jamás visto, ni soñado.

Sin los recursos de una fe pródiga se cae en la debilidad paralizante. Hay muchas luces que desvirtúan la ruta a seguir y surge el falso pleito con lo transparente. La forma de menosprecio de lo humilde abona a perderse en el camino hacia Belén, a dibujar otros senderos que sean más atractivos y tal vez menos intrincados.

Mirar hacia el panorama de Dios conduce hacia el pesebre que no es distante, ni representa una ilusión infantil. Cada vez que la inocencia esparce su olor, recuperamos el sentido de ver más allá, de saber que un día Jesús llegó a nuestro batey esparciendo una fraternidad jamás soñada.

El tiempo de Adviento se abre en abanico de esfera. Recordar el perdón y la reconciliación como antídoto contra los males del alma, es redescubrir a Dios en su sencillo pesebre.

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