Hay Domingos en que los textos de la Eucaristía coinciden en la temática, hoy es uno de ellos. Y les confieso que son unos de mis textos favoritos. En ellos se reflejan el tema de la fe en el Dios -con- nosotros que está presente y activo en la historia universal como en los acontecimientos personales de cada uno.
Elías, Pablo y Pedro son tres campeones de la fe con quienes podemos confrontar nuestra experiencia de fe en el Dios trascendente, supremo y santo, que es todo para el ser humano; el Dios de los “padres” envuelto en aureola misteriosa es el Dios que actúa dentro de la historia como el que salva; el Dios cuya esencia es incognoscible, pero cuya voluntad y deseo se inclinan en favor del ser humano. Porque nuestro Dios se empeña en mimarnos y en llevarnos de la mano.
El Dios “totalmente otro” no se manifiesta en imágenes, sino que se revela mediante la Palabra y, al llegar la plenitud de los tiempos, en el Hijo unigénito. La fe no puede quedar relegada a la esfera afectiva. La fe es compromiso y empeño, pues la historia no es una secuencia de hechos sino un único acontecimiento salvífico, cuya trama la teje Dios con la humanidad.
En el camino de nuestra vida muchas preguntas, como a San Pablo, nos preocupan. Como Elías, también experimentamos momentos de desánimo. Tampoco nos podemos librar como los discípulos, de vientos contrarios. Hemos de releer constantemente nuestra vida a la luz de estas experiencias. Por eso, te invito a que te preguntes: ¿Cuál es tu viento contrario? ¿Cuál es tu oración? ¿Cuál es la respuesta de Jesús?
Hemos de orientar la mirada a los signos de la presencia de Dios en medio de nuestras preguntas, desánimos y dudas, de nuestra noche, para intentar descubrir en qué viento suave, imperceptible, se nos manifiesta. Porque los que navegamos en esta barca llamada Iglesia no podemos olvidar que calmar los vientos contrarios solo depende de la confianza, de la fidelidad absoluta a la persona de Jesús, a su Evangelio. Por eso: “¡Ánimo, no tenga miedo!”.